Frente a la impunidad
Malamente pude escuchar los discursos de la concentración. Me coloqué cerca de una de las salidas de la estación de Colombia, a cientos de metros de la tarima, si no hubiera niños jugando alrededor y tantos aplausos no me habría perdido tanto. Pero lo fundamental sí lo pude escuchar. Lo fundamental me pareció el relato de los niños y de los padres, bueno, de todos. Como decían: "gente que no venía de una trinchera, sino que venía de trabajar". Especialmente emotiva fue la relación de los niños asesinados por los comunistas. Cuando leían los nombres y te dabas cuenta de que los apellidos se repetían, no puedes dejar de pensar que el concepto de víctima va mucho más allá de lo que alguien que no ha sufrido se pueda imaginar.
Alrededor había gente que hablaba de política y también distinguí una bandera con el aguilucho. Esas son anécdotas en el contexto de la liturgia civil. Una liturgia fundamentada en compartir el dolor. Acompañar a las víctimas y exigir justicia -algo que debería ser lo normal- se torna en extremismo político y asuntos ultramontanos para algunos. Se levantan muros que dividen, los terroristas poco a poco consiguen sus objetivos, ¿por qué?
Mi teoría es que la rendición de gran parte de la sociedad es efectiva y constatable. Una nación dividida, una nación en retirada, es un objetivo débil al que se puede destruir con facilidad. Tengamos presente que existen objetivos políticos perfectamente identificables, objetivos que apuntan a la destrucción de la nación (y no me refiero a la rotura de España, sino a la división social artificial).
Pero la sociedad siempre sorprende. Ahí estábamos los que nos negamos a rendirnos (acompañados en la distancia por todos aquellos que no pudieron venir, por supuesto). Ahí estaba la nación, en pie, exigiendo justicia, negando un nuevo comienzo en falso, negando la mentira y la indignidad política. Negando el terrible silencio. No se puede comenzar de cero nada, no se puede silenciar la historia de la nación -la historia del dolor compartido: la tiranía siempre ha tratado de borrar la historia-, no es algo metafísico el decir que las víctimas son el pulso moral de la nación. Jamás. Las víctimas del terrorismo tienen que hacer política. Las víctimas del terrorismo no deben ser peleles en manos de la inmediatez política -perdón, electoral- tan chabacana y monstruosamente anti-inteligente.
Salir a la calle y exigir al gobierno que deje de confundir, es un gran ejemplo de la idea de país que algunos tenemos: una república de ciudadanos poseedores de derechos y obligaciones no otorgados. Una república de ciudadanos, libres e iguales, leyéndole la cartilla a su gobierno y que, hombro con hombro, corta el paso a la tiranía y al apaciguamiento.
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