martes, 4 de octubre de 2011

Las bibliotecas como refugio

Hay dos sitios en España donde todavía se puede hallar refugio, donde todavía puede uno huir, escapar, respirar. Uno son las iglesias del norte en invierno, alejadas ya las chancletas de los turistas, son sitios tranquilos, agradables, pacíficos. Otros son las bibliotecas cuando no hay exámenes (en época de exámenes las bibliotecas son alternativa a locales de copas).


Lejos de la mala costumbre de leer en público, a una biblioteca se va a tomar prestados libros para leerlos fuera. Acaso a coger algún libro y juzgarlo rápidamente tras hojearlo. Si hay ganas de diversión se puede pasar por detrás de los ordenadores donde "investigadores" y jubilados ligan con chicas dominicanas por el chat. Muchos se sienten incómodos ante miradas de desaprobación. Divertimento.

Me pregunto qué libros son los que llevan más tiempo sin ser leídos. Cuáles encierran ideas poderosas capaces de cambiar nuestra forma de pensar. O cuáles explican mejor aquellos pensamientos que ya albergamos pero no somos capaces de vocalizar correctamente. Hay tantas cosas que aprender sobre lo que no sabemos y sobre lo que sí sabemos, que faltan días en el año y años en los días para poder abarcarlas todas.

Aprender, saber, conocer. Más allá de interpretar una ecuación o memorizar lo que tienes que memorizar -nace en las Indias honrado, donde el mundo le acompaña, viene a morir en España y es en Génova enterrado-, aprender también es viajar a las playas del mar Caribe y a los confines de la galaxia. Una cosa que me parece fascinante es la transformación que ocurre al pasar la mirada sobre letras y poder sentir más allá del lugar donde se lee. Cómo las palabras son pensamientos y al evocarlas revives algo salido del relato de otra persona, un misterio que tendrá su explicación en neurotransmisores y conexiones nerviosas traviesas. Además, acompaña a esto el bonus que supone que dos personas leyendo lo mismo puedan describir cosas distintas. ¡Qué potencia tenemos! Cuántas posibilidades se nos abren para comprender más y mejor el mundo, para entendernos a nosotros mismos.

Biblioteca del monasterio de Osera

Mientras tras el cristal la gente pasa atareada o distraída, dentro de una biblioteca puede haber alguien haciendo un descubrimiento extraordinario. Puede que de algo que a otros nos parezca una tontuna ya masticada, pero esa persona merece vivir esa epifanía, quizás de ahí pase a otra revelación mayor.

Qué pena que al lado de libros imprescindibles se acumulen como balas de heno cosas que la gente también llama "libros": "El monje que vendió su Ferrari", "Todo va a cambiar", "Nueva Nueva Nueva Historia de España de verdad de la buena".

Pena también da cómo algún bibliotecario -aunque hay de todo- trabaja como quien está en una charcutería. Responsables de una ordenación de libros testimonio de su desconocimiento absoluto de lo que guardan.

No me olvido de que al comienzo mencioné las iglesias como lugares de evasión del ruido. Pues bien, existen también bibliotecas en catedrales -Pamplona, Gerona, Salamanca, Santiago, Toledo, etc- y monasterios. Algunas las llaman "archivo capitular", (qué gran nombre, por cierto). Éstas ya están fuera del circuito habitual. Sólo investigadores listillos y ladrones de códices acceden a sus secretos. Aplaudo que se quieran conservar en buenas condiciones sus fondos, pero no me explico cómo no digitalizan y hacen accesible todo lo que tienen. Supongo que el impedir el acceso a la cultura es un punto importante en eso que llaman sociedad del conocimiento. Además, me imagino que no hay dinero para la digitalización, pues en época de crisis el destino más importante del dinero público está en los mojitos y bogavantes. Así se indigesten los cerdos.

En fin, al salir de la biblioteca, vuelta al tráfico, a la gente hurgando en los contenedores en busca de comida y al mundano coro de voces gritando que tanto me recuerda a esa escena de La vida de Brian en la que aparecen los profetas. Un mundo donde se compite por ser el más cabestro, por ver quién dice la animalada más gorda, por ver quién roba más y donde el ingenio, la inspiración y la creación son señaladas con el dedo.

Se suponía que las crisis propiciaban una respuesta intelectual y cultural. Al menos en la historia de España tenemos algunos ejemplos. Pero no, lo que es cultura se ha pastelizado, controlado y subvencionado. Ha pasado a ser instrumento sacralizado, divisor y objeto de deudores del poder.

Adenda

A ver si dejo de leer a Unamuno (aquí tenéis un PDF con la revista La Esfera, de mayo de 1916, en la que publica su artículo Batracópolis, el de la charca, ya sabéis).

1 comentario:

Elentir dijo...

Ya que pones la foto de la biblioteca del Monasterio de Osera -un edificio magnífico-, hago una recomendación a quien quiera aventurarse en ese paraíso del libro para pasar unas cuantas horas de sana lectura: llévese un buen abrigo. El frío que hace en ese monasterio no es normal. Es como si lo hubiesen construido sobre los hielos del Helcaraxë, leches...