domingo, 16 de agosto de 2015

Rescoldos del Antiguo Régimen en la merma progre

España es un país que destaca por su tolerancia. Se puede decir que el único gran colectivo de gente que no es bien tolerada en España lo forman los propios españoles. Somos así, señora. Históricamente, cada vez que no encontramos un enemigo exterior, salta el polvo de la dehesa y nos empezamos a tirar piedras entre vecinos. Algo parecido les ocurre a los ingleses hasta 1745, año en que se produce la última batalla en el contexto de guerra civil entre realistas y jacobitas, la batalla de Culloden, que, con las salvedades oportunas y para entendernos podríamos llamar episodio carlista en la pérfida Albión.

Dramatización goyesca de un Betis-Sevilla trágico. Les faltan las piernas.
Más allá de que los españoles odiemos muy fuerte a otros españoles, tenemos en común con la merma internacional el rasgo distintivo de nuestra merma nacional: un antisemitismo y un antiamericanismo exacerbados. Para la izquierda etérea, extravagante, diluída, antiamericanismo y antisemitismo van de la mano. Los judíos son un engranaje más de ese diablo gringo. Siguiendo la historia del antisemitismo moderno que hunde sus raíces en los pogromos de Rusia y Europa Oriental, los judíos tienen una semi oculta posición de poder en la gran empresa y la gran banca internacional. El capitalismo industrial que han exportado con éxito los Estados Unidos a todo el mundo cuenta, para los mermaos, con judíos en su cúspide dirigiendo los avatares del mundo en una evolución muy loca del libelo de sangre que promovió la policía politica del zar Nicolás II antes de que lo apioletasen.

Lee: Conspiraciones cotidianas

Lo curioso es que a finales del XIX y comienzos del XX el Imperio Ruso caía especialmente mal en todas las cancillerías europeas —salvo en la francesa, claro— debido a su política antisemita. En una Europa que podíamos dividir entre grandes imperios y pequeñas democracias, el liberalismo político se había abierto paso y había logrado conquistar cierta igualdad de derechos políticos para millones de personas tan europeas como la que más y que daba la casualidad que profesaban la religión judía. En los campos de batalla europeos, desde la guerra franco-prusiana hasta la Gran Guerra, judíos de varios países corrían a alistarse voluntarios para, después de estar siglos muy puteados, demostrar que se habían ganado su puesto en igualdad con el resto de sus vecinos gentiles. Especialmente trágico es el caso alemán. Miles de oficiales y soldados judíos más alemanes que el Fausto de Goethe se dejaron la salud y la vida defendiendo a su patria y luego su patria les devolvió el favor gaseándolos como a insectos. Es esa parte de la historia terrible y que hay que recordar cada día para no olvidar jamás que el ser humano es capaz de lo inimaginable.

Creo que es la ópera de Viena. Cuando tiraron abajo las murallas, le ganaron muchos metros a la ciudad para levantar palacios y casas de la ópera. Ese mundo no volverá y es una pena porque la gente vestía muy bien. Al menos los cuatro que se vestían, claro.
Pues bien, Berlín, Londres, Viena, Roma... despreciaban a Rusia por ser un osbsolescente recuerdo del Antiguo Régimen y por ser un régimen que reconocía el antisemitismo como política del estado. Este mismo régimen dio origen, como apuntaba antes, a los mitos del antisemitismo moderno por medio de fábulas inventadas por su policía secreta, la Ochrana, a la que luego los rojos le cambiaron el nombre hasta convertirla en el actual KGB (o como le llamen ahora, FSB, creo). Lo penoso del caso es que el antisemitismo político europeo no sólo no ha sido extirpado del continente sino que, con el acompañamiento del antiamericanismo y anticapitalismo, ha recobrado nuevas fuerzas y continúa ahí al fondo como un runrún, homenaje a lo más despreciable de la condición humana.

Ese aire de modernez infinita, esa invención constante de nuevas formas de gimotear y ser públicamente mimosa que tiene nuestra merma europea contrasta con el antisemitismo decimonónico ruso del que hacen gala. La última de esta gente tan antigua y reaccionaria que sin embargo se autocalifican de progresistas es exigir a un cantante de un festival moderno una declaración pública que recuerda a los juicios de autocrítica de la China de la Revolución Cultural. A esto le llaman progresismo y modernez. A esta suciedad intelectual, a esta miseria moral, a este crimen de lesa humanidad.

Retrato de la decadencia, la derrota y la miseria. Nicolas II Romanov estaría contento de ir a este festival.
Bien puede argumentar alguien que en un festival privado el organizador puede exigir confesiones ideológicas a los participantes. El problema es que por definición un festival de música al aire libre es un evento público. El problema, sobre todo para un liberal, es que por muy privado que sea una festival todos los hombres nacemos poseedores de una dignidad intrínseca a nuestra existencia. Por eso el ejército de drogadictos violadores y pederastas de Estado Islámico no puede hacer lo que le dé la gana ni nosotros se lo debemos permitir. Por eso algunos —con nulo éxito— defendemos una política de intervención universal que persiga los crímenes de lesa humanidad allá donde se produzcan, con contundencia abrumadora para que se le quiten las ganas a los posibles imitadores.

"Diplomacia de cañonero" le llamaban a esto hace cien años. En cien años hemos aprendido unas cuantas cosas. Una doctrina de intervención universal desde luego que debe de contar con apoyos multilaterales y la mesa de diálogo ser una de sus herramientas, pero tener el palo más largo y puntiagudo tampoco viene mal.

El león de Judá sobre la bandera etíope es el símbolo de este festival. Cuando los soviéticos inundaron Etiopía de armas baratas y arrasaron el país, los israelíes rescataron a miles de judíos etíopes y los llevaron a Israel. Pero qué van a saber estos mastuerzos.
Regresando al escenario del antisemitismo progresista europeo, es especialmente grave el titubeo y los "pelillos a la mar" de nuestra prensa cerril habitual. Las "bromitas" antisemitas que sueltan por tuiter iletrados cargos públicos. O la manida doble vara de medir que sobre todo vemos en cualquier noticia que incluya a Israel, esa cabeza de playa que el mundo libre tiene in partibus infidelium.

Especialmente gravoso este asunto en estos años en los que Europa ve un renacer del populismo nacionalista. Una Europa que sigue dando palos de ciego con el asunto de una inmigración que necesita para rejuvenecer a su población pero de la que es temerosa porque se trata de gente que no conoce mucho la Biblia ni viene de países que han heredado lo bueno que trajo la derrota del Antiguo Régimen.

Como pollos sin cabeza estamos, señora. Y la merma progre, como los franceses de hace cien años, ahí, ayudando.


domingo, 9 de agosto de 2015

Sobre el tiempo que perdemos refutando a los idiotas

Lo que jamás recuperaremos es el tiempo que perdemos refutando a idiotas. Hacer perder el tiempo es el mayor crimen que hay. Cuando tienes que frenar y explicar despacito las cosas y no es una situación en la que estás enseñando al que no sabe, sino una en la que estás refutando a un imbécil consagrado.


El imbécil de marca mayor, el tonto con pedigrí de tonto que se levanta por la mañana (o a mediodía) y descubre el Mediterráneo. Repitiendo incesantemente las mismas palabras y silogismos, ideas basdadas en el mito, el prejuicio y la superstición ante los que debemos enfrentar aporemas igualmente manidos, algunos empleados siglos antes de la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo.

Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma (de Ribera, creo que está en el Museo del Prado. Nótese la actitud funcionaril de los líctores).
Una repetición continua sólo alterada por ciertos componentes estéticos. La historia no se repite, pero rima con insistencia. Todas las horas perdidas que estarían mejor empleadas en la construcción de lo imperecedero e inmortal. Las grandes ideas, los grandes anhelos del hombre, que siguiendo la flecha temporal de nuestro universo físico apuntan a la conquista de las estrellas, se pierden en la lucha por el sometimiento de lo efímero. Y dejadme que os diga que lo efímero apesta.

Cuando contrapongo lo universal a lo efímero —suerte de dualidad probablemente herencia del universo referencial que nos rodea: un universo de imágenes e ideas orientales: nuestra religión, matemáticas, ciencias y cultos son esencialmente moros— no estoy emulando a Knut Hamsun ni a los neo-románticos. La nostalgia de lo universal precede al romanticismo: así la hallamos, por ejemplo en las Églogas de Virgilio. Es natural apelar a la casa de nuestros padres, nada extraño hay en ello.

"Oh vosotros que giráis el timón y miráis a barlovento,
Pensad en Flebas, que una vez fue apuesto y alto como vosotros" (en la imagen, monasterio de Santa María de Rioseco, Burgos).
Esta búsqueda de lo universal, este viaje hacia los principios últimos me gusta pensar que es el viento que empujó a la Santa María o el cálculo de la delta-v del Apolo 11. Es lo que decía Samsagaz Gamyi refiriéndose a las historias que realmente importan. Los protagonistas de esas historias, decía el mediano, no se rinden, siguen adelante porque pueden luchar para que el bien reine en el mundo. La búsqueda de lo universal tiene por tanto una faceta ética. ¿Arriesganos mucho si decimos que el mal es efímero? Supongo que no, pero como he señalado antes, el mal se escribe en verso. Rima.

El bien, sin embargo, no rima (o no rima tanto). El bien está escrito en prosa salpicada por ecuaciones que explican el comportamiento del universo. El bien suena al arranque de un motor espacial, huele a combustible quemado y destella como la explosión de una supernova. El traqueteo del tren, el empuje del motor a reacción y el haz de luz láser los encontramos prometidos en el libro del Génesis, capítulo dos versículo 19. Ponerles nombres a los animales es una de las cosas más serias que hay porque a partir de ahí el hombre se distingue de la naturaleza y la historia que realmente importa —la que decía el hobbit— puede comenzar.

Mural de la industria de Detroit (Diego Rivera).
Y tal como antes cuando hablaba de lo universal no apelaba a Knut Hamsum y los neo-románticos nórdicos, ahora, con el dominio del hombre sobre la naturaleza tampoco apelo a Marinetti y los futuristas italianos. Qué cansino es explicar lo que no se quiere decir. Cuánto tiempo perdido en los pies de página. ¿Véis a lo que me refiero? Uno camina dos pasos hacia adelante y aparece un tonto como una seta o como un pokemon y hay que recular un paso.

Y en éstas estamos, este es el espíritu de nuestro tiempo: la pérdida de tiempo que implica explicar lo innecesario que es responder a preguntas que nadie ha formulado. Ciñámonos a seguir preguntando y recetemos desprecio para los que bailan como indios alrededor de hogueras.

En resumen: como no vamos a recuperar el tiempo invertido en refutar a idiotas, al menos pasémoslo bien en el proceso.

El norte no olvida.

lunes, 3 de agosto de 2015

Estética cleptócrata

"Mire, le voy a cascar cien pavos de multa porque se acaba de saltar el disco en rojo". "A mi no me multa ni Dios". "Oh, disculpe, excelencia, por favor, continúe. A quinientos metros tiene otro semáforo, puede saltárselo si a su magnificencia le place". ¿A que esta escena resulta poco creíble? Pues está basada en hechos reales. Un diputado diciendo que la cosa de los cleptócratas "no la para ni Dios".

¿Cómo? —auto-pregunta retórica—, ¿cómo que no lo para ni Dios? En primer lugar, limpiese la boca y el bigote para mencionar a Dios y usarlo como un muñequito discursivo y en segundo lugar, usted es congresista de una cámara que existe porque hay un país donde rige una Constitución. Usted, en tanto legislador en el aparato del estado, menos que nadie se va a cagar en la Constitución y en las leyes. ¿Qué clase de circo es este?

Leucocito de Joan Tardá visto al microscopio.
Anécdotas. La falta de ideas de nuestros cerriles habituales los ha empujado a una espiral que solamente puede acabar muy mal para ellos: la inhabilitación para cargo público o la prisión. No hace falta ser el mítico Ironside para saber que los delitos más graves en cualquier país son aquellos que atentan contra los fundamentos últimos del país: la soberanía nacional, la constitución, los derechos fundamentales y la integridad territorial. Así, un espía, un traidor o un golpista son duramente perseguidos por la ley penal. No se puede dejar en simple bromita que por ejemplo unos militares se reúnan en una cafetería para tramar un cambio súbito en el poder. Si en lugar de militares se trata de civiles con cargos públicos la cosa no es muy diferente.

No se trata de parar o continuar la cosa. Toda herida tarda menos en provocarse que en curarse. Ya hay cosas rotas por el camino. Cuando tienes a representantes públicos y medios de comunicación bombardeando continuamente a la población con un discurso de odio, o si queréis, una apología de la diferencia, eso hay que deshacerlo en sentido opuesto. Salvo iniciativa particular todavía no he visto que nadie se preocupe ene xcesivo por restañar las heridas. Claro, yo entiendo que mientras unos sigan alegremente copando un discurso de odio, el discurso del entendimiento no se puede contraponer al mismo tiempo.

No hay noche en la que los cleptócratas catalanes no pidan al señor de las tinieblas que por favor el estado, la ley, se rebaje a su nivel. Están deseando ser reconocidos como parte en una especie de tête à tête —teta a teta— con el estado. Incluso hay iluminados que dicen "choque de trenes" para describir algo que no se diferencia mucho de las idas de olla que pueda tener una secta estilo Waco o una mafia estilo PSOE andaluz camorra napolitana.

Un presidente del gobierno, lo único que tiene que hacer para ser presidente del gobierno es no sentarse con un capo mafioso en una mesa delante de periodistas. Mientras los cleptócratas, ahogados en sus procesos judiciales relacionados con delitos de corrupción, tratan de escurrir el bulto obturando las notas de prensa oficiales con días históricos infinitos, viajes lisérgicos a una epifanía del Gemeinshaft, monumentos a la vanidad e insultos a la inteligencia a diestro y siniestro; la ley tan sólo espera. La pregunta que nos debemos hacer es, ¿hasta cuándo esperar?

Hombre blanco hablar con lengua de serpiente.
Evidentemente parte de la respuesta la pueden dar los expertos en Derecho Constitucional. Toda actuación judicial tiene una parte técnica poco abierta a la imaginación. Demos por sabido que España es un país bastante normal, con unas leyes razonables y unos mecanismos legales funcionales. Lo que nos ocupa es la otra parte de la respuesta, es decir, la faceta política del asunto. E incluso la filosófica, si me apuráis.

Tenemos en España un grupo de fulanos que usan potentes altavoces públicos para emitir un mensaje de odio. No se trata sólo de cosas como conferencias de historia con títulos como "España contra Cataluña", o de documentos oficiales que extrañamente podemos ubicar en las competencias de un gobierno regional español como el que reza "Crònica de una ofensiva premeditada: las consecuencias sobre las personas de Cataluña" (¡personas de Cataluña!). Es que además hay representantes publicos que al fin y al cabo deben sus lentejas al poder que les otorga nuestra (de ellos, mía y tuya) Carta Magna que hablan todos los días de cómo van a coger esa Constitución y hacerla añicos.

Foto del día histórico en que Mas comentó sus cinco series preferidas de los 90.
Ya sabéis que no me acaba de gustar mucho que haya tipos que quieran quitarme derechos (no hablo de derechos como los neocom, que creen que existen derechos porque su vanidad se lo demanda: el derecho humano de los perros a tener una caseta para perros digna! el derecho a vender trozos de bebés en las sedes sindicales! el derecho a llevar pantalones bombacho!), pero creo que lo que más me molesta del asunto es la cuestión estética. Esa pomposidad.

Como digo, el tema importante está en manos de ciudadanos que decidan no recompensar con sus votos (de obediencia o de los de votar) a los herederos de una administración regional corrupta hasta el tuétano. Y más allá, del sistema legal español que creo que funciona razonablemente bien cuando no se ve constreñido por las disputas partidistas del poder que todo lo enfanga buscando su egoísta interés. Más allá del tema importante está el tema de la estética. Lo de los días históricos, por ejemplo. No sé a vosotros, pero a mi me cuesta imaginar un museo del futuro mostrando en una urna el boli bic con el que el presidente Mas se sacó una burilla de la nariz la mañana de la firma del enésimo decreto que establecía que los señores de Albacete son bajitos y mal encarados.

Querido diario: no me gustan mucho los señores de Albacete.
Y esas poses. Esas robóticas poses. La banderica a un lado (¿por qué las regiones tienen que tener símbolos oficiales? ¿porque igual hay gente que puede pensar que de pronto está en Canadá? Misterio), el gesto hierático, los ojos ligeramente entrecerrados, la mirada de cafre demente mirando al futuro, millones de periodistas delante (el 90% de medios que prosperan con la farsa)... Y las palabras. ¡Qué palabras, señora! ¡Cómo se nota que es temporada baja en el mundo de la retórica!. Futuro, democracia, dicidir, voluntad, pueblo (en catalán "poble", con la o abierta como sólo puede abrirse una o cuando se trata de liderar el destino de la voluntad de la verdad de un pueblo que tiene un destino y un futuro encaminados a una verdad y a una voluntad de destino que les otorga un futuro lleno de destino, de voluntad, de verdad, de futuro y de... ah me canso). Todas estas ficciones, todos estos abalorios propios de vendedores de coches usados.

A mí estas poses me recuerdan mucho a esos salvapatrias bananeros que, engolados, se muestran en las fotos oficiales de sus aristocracias haitianas llenas de bandas de colorines, medallas, bastaones de mando y más medallas. O a los militares de Corea del Norte, con medallas hasta en los pantalones. ¡La de guerras que tuvieron que ganar esos tipos!

Querido diario: hoy aprendí que los señores de Betanzos me caen regular.
Y siguiendo con este tema estético, también pienso en el aeropuerto berlinés de Tegel. Un galpón. Un cuadrado, gris, apelotonado e industrial galpón. Y luego miro el granito pulido y las cristaleras de la terminal de Lavacolla. Quién le diera a los alemanes tener una aeropuerto como el de Compistola. Las ínfulas del nuevo rico, ¿no? Me compro un Ferrari y luego no sé cómo cambiar de marcha. Pues así son las poses de los pater patriae que tratan de huir de una corrupción generalizada y transversal y ocultarla tras la tramoya de la nación, el destino, la voluntad, el futuro, el dicidir, el destino (mec, repetido!).

En política, si quieres huir de algo, hacer la estrategia del calamar es lo más socorrido. Y la tinta empleada, desde que existe la política contemporánea es Heidegger. El alemán tiene una cosa muy buena y es que nadie lo ha leído. Cualquier mentecato puede coger párrafos enteros de De la esencia de la verdad y soltarlos en un discursito con banderita y obnubilar al aforo. Claro que para que no se pierda el aforo, es menester añadir a esta sopa tan retórica como vacía el nefando presentismo (de "presente" no de "presencia").

¡Saborearemos el dulce sabor de Tierra Seca! ¡A los remos!
Y hoy por hoy lo que más pita en el presentismo político es lo de darle la vuelta como un calcetín al concepto de democracia. Democracia es votar. Quien está contra votar está contra la democracia. Y quien está contra la democracia es expulsado del cuerpo de la sociedad política. Esto tiene una respuesta muy sencilla (ninguno de estos iluminados es un Churchill) y es preguntar qué se va a votar. Votar por si solo no significa nada. Visto de otro modo: la mayor parte del tiempo no estamos votando y no por eso dejamos de vivir en un país democrático.

En fin, pomposidad y estulticia. No cometamos el error de que los criminales estéticos se salgan con la suya. No quiero que todos los días sean días históricos, no quiero manifestaciones diarias. No quiero que lo que no deja de ser una tribu urbana como los emos o los rastafaris pretendan llevarnos a todos por delante tan solo por escaquearse de ir a la cárcel por ladrones.