sábado, 12 de noviembre de 2011

El triunfo de la agricultura

Hace más de cien años el paisaje era muy diferente. El trabajo pesado en toda labor agraria, minera e industrial recaía sobre los músculos de diversas bestias de carga (caballos, bueyes, burros, etc). Esto suponía una gran mejora respecto al empleo de seres humanos en esos trabajos, pero aún así, enormes superficies de terreno fértil se empleaban para producir el combustible de estos animales.

La mejora de los motores a vapor a lo largo del siglo XIX desembocó en una pseudo-miniaturización de sus componentes hasta el punto de fabricarse motores a vapor tan pequeños como para ser manejados por una persona. A caballo del nuevo siglo, se comenzaron a diseñar potentes motores de combustión para sustituir a los peligrosos motores a vapor de los tractores. Este desarrollo no lo hacía el viento o Batman, sino personas que empeñaron su vida -a veces de una forma dramáticamente literal- en conseguir motores mejores, más ligeros, con menor consumo y más seguros para el conductor. Estos pioneros de la mecánica, no desarrollaban nuevos motores por un afán de solidaridad, sino porque querían vivir de ello las más de las veces, en ocasiones, porque ellos mismos eran agricultores y mejoraban sus cacharros (no me sorprende que los primeros tractores surgieran en las regiones agrícolas de Iowa: un montón de granjeros paletos hacían historia en sus graneros).


En 1903 Hart y Parr construyeron el primer tractor a gasolina eficiente. Un dos cilindros, que pesaba siete toneladas y desarrollaba 30 caballos de potencia. Mecánicamente para un ingeniero de hoy, eso suena a gran ineficiencia. En aquélla época, un solo Hart Parr ahorraba durante su vida útil cientos de hectáreas de pasto para animales de carga. A ojos de un granjero, eso suponía cientos de hectáreas de terreno para producir más grano que vender. A ojos de un bedel de Wichita, eso suponía una bajada en el precio del pan. A ojos de la hija pequeña del bedel de Wichita eso suponía que la abuela podía preparar más bizcocho.


En 1916, Henry Ford y su hijo Edsel, se preguntaron por qué no meterse en la producción industrial de tractores con motor de combustión. En 1917, el Fordson modelo F fue el primer tractor comercial, construído en cadena que vio la luz. Costaba 750$, lo que suponía una inversión importante para un granjero, pero no una locura inalcanzable. Muchos granjeros pidieron créditos para hacerse con un Fordson. Aquél tractor de veinte caballos y una velocidad punta de unos diez kilómetros por hora, logró vender más de medio millón de unidades. Él campo se mecanizó rápidamente. Más gente pudo comer pan.

Borlaug. Premio Nobel de la Paz en 1970
Bien es cierto que la mecanización no se extendió a todos los países por igual, la parte del mundo que quedó aplastada por la bota comunista o por ideas inspiradas por el comunismo, aplicaba grandes cantidades de población al trabajo agrario, impidiendo la mecanización. Algunos de estos países como la Unión India y Pakistán dependían en gran parte del clima, cuando ésta era adversa, se producían hambrunas. A mediados de los años 60, la sequía pareció vislumbrar una nueva hambruna irremediable. Norman E. Borlaug, entre otros, llevaba años investigando el uso intensivo de fertilizantes conjuntamente con la combinación de diferentes especies de grano. Pese a todos los intentos de los gobiernos indio y pakistaní por proteger sus modos de producción paraestatales, las semillas de Borlaug finalmente se abrieron paso. En 1968, no hubo en toda la India suficientes silos, graneros y depósitos para guardar la cosecha. El trigo se acumulaba en montículos al aire libre. En cinco años, India pasó de ser un país al borde del colapso por hambruna a triplicar sus producción. Del miedo al hambre, los indios pasaron a obtener ingresos por sus exportaciones de grano.


Al evitar la hambruna y aumentar el aporte calórico a la dieta. Las personas evitan por un lado las enfermedades que van de la mano de la hambruna y por el otro, fortalecen su sistema inmunitario frente a otras enfermedades. La esperanza de vida aumenta y los nietos conocen a sus abuelos. La agricultura intensiva, con especies manipuladas, fertilizantes a base de combustibles fósiles (pues los orgánicos necesitan tierra fértil para ser producidos) y medios mecánicos de gran eficiencia energética (motor de combustión), cuando se la deja, logra que más hijas de bedeles de Wichita coman el bizcocho de su abuela, que más niños indios conozcan a sus abuelos y, en términos globales, que todos disfrutemos de más paisajes naturales, puesto que cada vez necesitamos menos espacio para alimentar a la misma cantidad de personas.

En el Paleolítico, nuestros ancestros cazadores-recolectores necesitaban miles de hectáreas para vivir una vida corta y violenta. Hoy, con todos los medios técnicos conocidos hace años convenientemente aplicados, una persona puede vivir de lo que producen menos de mil metros cuadrados.

Este es el triunfo de la agricultura.

4 comentarios:

rs222 dijo...

Felicitaciones Pablo, en unas pocas palabras dices mucho

Ricky Mango dijo...

Muy interesante. Sólo tengo una objeción: la climatología no es lo mismo que el tiempo atmosférico.

Zuppi dijo...

Sobre este tema, te recomiendo el libro "El Ingenio contra el Hambre" de Francisco García-Olmedo, que fue durante muchos años catedrático de la E.T.S. de Ingenieros Agrónomos de Madrid.(Ed. Crítica)

Pablo Otero dijo...

Últimamente me interesa el tema. Tomo nota, gracias.