Los rumores de anoche
No revelamos un secreto si decimos que ayer, a última hora, chocaron vehementes rumores sobre algún acontecimiento grave que intranquilizaba al Gobierno y le forzaba a estudiar con cuidado la situación. En algún periódico se recogía este ambiente de malestar, aunque asignándole equivocados motivos, y se hablaba de un estado de nerviosidad, que provocaba en el Gobierno una verdadera incertidumbre respecto a las decisiones que debiera adoptar. Contribuyó mucho a la expectación que se notaba el hecho de que estuvieran interrumpidas las comunicaciones particulares con San Sebastián de siete a nueve de la noche.
El Gobierno se mostró reservadísimo. Algunos ministros que fueron interrogados por sus íntimos manifestaron que nada sabían, porque, contra su costumbre, no habían acudido a la Presidencia para conferenciar con el marqués de Alhucemas. Estas negativas no tuvieron eficacia. El rumor persistió porque lo que ocurría no estaba sólo en el conocimiento del Gobierno. Otros elementos tenían amplías referencias, que no escaparon a la perspicacia y curiosidad de los comentaristas. Se trata de un movimiento militar No hay por qué ocultar que el gravísimo conflicto que preocupa al Gobierno es el estado de inquietud y de protesta de una gran parte de la opinión militar, cuya actitud parece acentuada más vigorosamente en las guarniciones de Barcelona, Zaragoza, Sevilla y alguna otra. La protesta va contra la gestión general del Gobierno, y especialmente contra lo que los elementos militares suponen abandono de los resortes de la autoridad en todo el país y del interés y del honor de la nación en África. Formulan además acusaciones gravísimas contra el ministro de Estado.
(ABC, 13 de septiembre de 1923)
Tentativa de regeneración nacional contra la política imperante
Es demasiado pronto para aventurar profecías, apenas dado el paso sensacional que a estas horas mantiene en ansiedad palpitante a todo el país. Un paso de tanta trascendencia como el que acaban de dar los militares, parece que nos anuncia sucesos venturosos. Sólo dos afirmaciones categóricas cabe hacer en estos críticos instantes, tan propicios a la incertidumbre, y son: primera afirmación: que el golpe se ha preparado noblemente y patrióticamente; segunda afirmación: que el acontecimiento, previsto de mucho tiempo atrás, de mucho tiempo también era esperado. Sacar a la política española del envilecimiento en que ha venido viviendo; sacudir al patriotismo postrado, amodorrado y hasta podríamos decir ya muerto en los corazones, por haberse convertido en simple cobertera de concupiscencias; encender de nuevo las luces del altar de la patria con mano devota y penar de fieles el templo hasta ahora desierto, a causa de no oficiar en él sino la hipocresía; en fin, hacer algo estrepitoso por salvar al país escéptico y desesperado, pero hacerlo de buena fe, con la alteza de miras y la abnegación necesarias a una causa santa, éste es el anhelo que ha hecho dar al Ejército, sin duda, el golpe sensacional de ayer. Un acto semejante a los repetidos pronunciamientos del siglo pasado, sería una calamidad. Se siente, se piensa y se vive en la actualidad de modo muy distinto de como sentían, pensaban y vivían nuestros abuelos. La realidad actual es otra. Por lo tanto, el remedio que exige ha de ser de mucha más eficacia que los empleados antaño.
Es de advertir, no obstante, que lo de ahora no ha venido precipitadamente ni ha sido provocado por la ambición desmedida de un hombre o de un grupo; muy al contrario, su gestación se ha hecho lentamente y el estallido viene a producirse en un momento en que la anarquía, imperante y la insolencia de los profesionales de la política, nos daban la sensación de estar todo desquiciado e irremisiblemente perdido. Llegados a este punto, podemos asegurar, sin miedo a equivocarnos, que el Ejército, al pronunciarse contra el desbarajuste, fomentado desde el poder por unos políticos insensatos, obra como mandatario de la opinión pública y cuenta con la simpatía de todos los elementos sanos de la nación.
La misma actitud del público parece indicarlo. Ayer se hicieron al general Primo de Rivera espontáneas demostraciones que no dejan lugar a duda respecto al interés cordial con que nuestra ciudad mira el intento realizado. En Barcelona, y se dice también que en Madrid, la vida transcurrió ayer de modo normal, como si no se estuviera viviendo un momento en el que pueden cambiar los destinos de España. Esto no quiere decir que no exista, muy ansiosa y muy profunda, una gran emoción; diríase que la tranquila actitud de la gente responde a un estado de la conciencia colectiva según el cual no es el golpe de Estado un hecho perturbador, sino todo lo contrario: un esfuerzo encaminado a terminar con la perturbación derivada del antiguo y constante desgobierno que hasta ahora hemos padecido.
Este propósito es, pues, excelente, y lo apoyará toda España, si se comprueba que nos hallamos ante un movimiento preparado con serenidad, sin romanticismos, que podrían ser causa de un fracaso muy sensible. Lo único censurable del hecho, una vez ya consumado, sería el no haber previsto con tiempo—pues tiempo hubo de sobra—las dificultades que han de oponerse a la acción regeneradora de los hombres de buena voluntad. Pero no han de pasar muchas horas sin que salgamos de la natural incertidumbre que siempre llevan consigo los grandes acontecimientos. Y si el iniciado ayer es tan eficaz como desea y espera el país, arrastrará irresistiblemente su adhesión fervorosa, y en vez de constituir una estéril perturbación, como tantas hemos visto y padecido, entrará en la categoría de los hechos decisivos de nuestra historia, señalando el feliz despertar de la larga y dolorosa pesadilla que estaba a punto de agotar hasta las últimas energías del patriotismo español.
(La Vanguardia de Barcelona, 14 de septiembre de 1923)
2 comentarios:
Es curioso como la memoria histórica del PSOE pasa de largo ante esa dictadura (o "dictablanda", como se la conoció entonces). ¿Será porque el PSOE y la UGT colaboraron activamente con ella? Es que yo soy muy mal pensado...
Memoria selectiva, le llaman.
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