Arrecian en esta época las demostraciones de estupidez por parte del progrerío eurábico. El ejemplo más claro o hemos tenido en un instituto público zaragozano, cuya dirección decidió suspender el Festival de Navidad. Por supuesto, los padres no tardaron en rechazar tal decisión. La insistencia del laicismo militante -al que cariñosamente me referiré como ateísmo-, que ha puesto de moda nuestro inefable exabrupto presidencial, es una de tantas cosas que no hacen sino reforzar las posiciones de trinchera ideológicas que no le sientan nada bien a nuestro país.
ZP, el inefable, trata ahora de ganar una guerra que acabó hace setenta años. Intenta lavar el coco a un país que es bastión histórico del catolicismo y de ancestrales tradiciones diametralmente opuestas al buenrollismo limpiaconciencias del que hace gala el desnortado partido en el gobierno.
Negar en este país la Navidad es de un ridículo idiota. Es ir contra la libertad de expresión, de culto, de asociación... Las instituciones públicas no deben dar la espalda a lo que para muchos es Fe, para otros folclore y para todos nuestra tradición. Pero es que este ateísmo pretendidamente moderno, resulta de lo más aberrante precisamente en nuestro país.