Llevamos años tratando de explicarnos cómo es posible que en el periodo de mayor prosperidad y seguridad que ha conocido el ser humano surjan movimientos que pretenden volcar la mesa y tirar el tablero. En un reciente debate de la Fundación Munk entre Steve Bannon y David Frum, el primero situaba el origen de la actual corriente populista en el inicio de la crisis de 2008: los estados, según Bannon, protegieron a la élite económica antes que al peatón y el populismo vendría a ser una respuesta defensiva del peatón frente a la élite.
Es una explicación conocida y compartida por muchos: las viejas clases medias en el mundo desarrollado han prosperado a un ritmo menor que las nuevas clases medias en el mundo en vías de desarrollo, que es básicamente la China roja y las zonas de frontera con el mundo libre. Esta falsa sensación de pérdida unida a la nueva prosperidad de países que salen de la pobreza y que por tanto son capaces de aumentar sus flujos migratorios pone a nuestras poblaciones a la defensiva y la gente cuando está a la defensiva es porque se siente amenazada. Cuando una persona está amenazada su cuerpo activa mecanismos automáticos de defensa que básicamente son los de huir o contraatacar (esto sería otro tema pero hay quien sugiere que a día de hoy hemos roto este mecanismo: al no estar expuestos a amenazas nuestra defensa automática está estropeada y eso explica que normalmente nos quedemos paralizados sin saber cómo actuar).
Me gusta el análisis narrativo, el análisis de cómo el hombre cuenta historias, por eso con una pizca de imaginación y perspectiva puedo ver este problema del populismo como una historia. Y esta historia comparte características con muchas otras historias que nos llevamos contando desde hace un porrón de siglos. Otra cosa que me gusta hacer es poner en relación cosas que no tienen relación y entonces al pensar en el populismo pensé en Darth Vader, Lex Luthor, Vegeta o el Doctor Muerte.
En las historias que siguen el argumento de la epopeya del héroe no es raro que haya un antagonista, un villano. Es curioso porque en realidad las historias de héroes son las historias de los villanos. En la epopeya del héroe tenemos a un personaje que vive en su mundo y se encuentra con un problema que es incapaz de solucionar si no evoluciona. Una vez evolucionado el héroe regresa a su mundo inicial ya cambiado. Bien, el protagonista no es el héroe sino el problema que se encuentra el héroe, en muchos casos un villano. En La Guerra de las Galaxias el protagonista no es Luke sino Darth Vader. En El Quijote el protagonista no es el Quijote sino la locura de Alonso. En la Europa de la Segunda Guerra Mundial los protagonistas fueron los alemanes (en el Pacífico los japoneses). En Caperucita Roja supongo que ya intuís quién es el protagonista.
Mi punto: ¿y si parte de la explicación del atractivo del populismo tiene que ver con nuestra milenaria fascinación con el villano? Pensad conmigo: ser un héroe es aburrido. Si Willow no se encuentra con un bebé buscado por la hechicera jamás saldría de la aldea. Frodo podría pasarse la vida en su aldea de no ser porque Sauron era un buen joyero.
El villano es activo, el héroe es reactivo.
Todo héroe tiene la alternativa de quedarse sentado en su casa pero no lo hace porque hay un villano que previamente hizo algo que desencadena el problema y pone a funcionar la trama de la historia. Los malos hacen cosas.
El populismo tiene mucho de esto porque habla de hacer cosas, de buscar atajos, de soluciones sencillas a problemas complejos. Superman, héroe por antonomasia, es invencible y súper poderoso pero ante un problema no actúa sin ataduras ni contención. Cuando se enfrenta a unos malandrines no los quema vivos con sus rayos sino que los deja inconscientes y los entrega a unos agradecidos agentes de policía. Superman se pone límites éticos y por eso es el bueno.
Al comienzo de La Guerra de las Galaxias los buenos están en el senado presentando mociones. Los malos destruyen un planeta.
Hay una parte de nosotros mismos que no nos gusta reconocer: la parte que nos informa de cómo saltarse los límites éticos en ocasiones es deseable. De cómo eso nos reconforta porque pensamos que nos puede proteger mejor cuando nos sentimos amenazados. No se trata exactamente de querer ser el malo sino de actuar como el malo, sin límites, sin cortapisas para lograr un buen fin.
Ahora pensemos que nuestro actual sistema de democracia liberal aparece como respuesta al absolutismo y se confirma tras la guerra también como respuesta al totalitarismo. Es decir, nuestro sistema es el sistema de los límites. Es el tipo de sistema político que diseñarían Superman o Luke Skywalker, esos aburridos héroes.
Quienes defendemos la democracia liberal frente al populismo (las treinta y ocho personas en todo el planeta que la defendemos, no veo que seamos muchos más) partimos con esta desventaja inicial: la desventaja de las manos atadas. Somos los tipos aburridos, reactivos que decimos "esto no lo puedes hacer".
¿Cómo superar esta desventaja? Si me preguntas a mí estás realmente desesperado pero te respondería como respondería al autor de un cuento cuyo protagonista es aburrido o aparece desdibujado en comparación con el antagonista: mata a un personaje. No, espera, esto aquí no nos sirve. Rompe algo, cambia algo del mundo de tal forma que no haya vuelta atrás y que el protagonista se vea obligado a buscar otra zona de confort o que añada motivo e intención. Tienes que lograr que el protagonista no sea simplemente reactivo, tienes que conseguir que logre hacer cosas. Recuerda cuando Indiana Jones rescata a su padre y está a punto de llevarlo de vuelta a América pero necesita el diario que está en Berlín. El autor ahí cambia el universo del héroe y el héroe deja de estar a merced de lo que hagan los malos, toma las riendas de la historia.
jueves, 22 de noviembre de 2018
viernes, 9 de noviembre de 2018
¿De qué habla la gente?
Tweet
Tradicionalmente las fuentes documentales históricas nos hablan de la vida de personajes importantes y de sus proezas. Reyes, obispos, filósofos, generales y emperadores que conquistan, ganan batallas o logran que los confundidos vean la luz. También gracias a ellas nos enteramos de la vida de grandes constructores, arquitectos y artistas y tratamos de entender y disfrutar de sus obras: catedrales, cuadros y sinfonías que navegan las aguas del tiempo y nos llegan como el primer día para que pensemos en ellas o nos deleitemos.
El cambio de "Vida de los filósofos" o "Vida de los reyes" a "Historia de la Filosofía" o "Historia del reino" se produce por razones muy concretas en el siglo XVIII pero ese no es el tema de hoy.
El tema de hoy tiene que ver con lo mucho que cuesta hallar noticia de lo cotidiano y efímero de hace siglos. Sabemos por ejemplo que los romanos barrían sus casas no porque nos lo cuente una obra histórica contemporánea sino por personajes secundarios, apenas parte del escenario, que se dibujan sobre mosaicos. Así, en un mosaico de tiempos de Cristo en el que se ve a Hércules peleando con el león de Nemea vemos que la escena está enmarcada por árboles, animalitos y un chiquillo con una escoba. El objetivo del autor era mostrar un trabajo de Hércules para decorar una sala pero gracias a ese fondo del paisaje tenemos idea de que había escobas y se utilizaban como hoy en día. Ninguna gran obra de la literatura romana antigua nos habla de las labores domésticas (hasta donde yo sé). Ahora que lo pienso, puede que el autor quisiera también recordar al chiquillo que barría pero ese sería un argumento para una novela histórica soporífera.
Ocurre algo similar con eso que hacemos todos los días y de lo que hablamos muy poco: cagar. Incluso en un primer momento estuve tentado de emplear el más formal "defecar" pero qué diablos: caga el rey, caga el Papa, de cagar nadie se escapa. Sabemos cómo cagaban los romanos porque han sobrevivido algunos cagaderos. Sabemos que la de cagar era una actividad social. Los cagaderos comunes recuerdan a los comedores comunes: uno satisface una necesidad natural y al mismo tiempo comenta la jugada con el vecino. Ninguna obra nos habló de esto pero lo sabemos gracias a la arqueología.
Ya en el Bajo Imperio cuando especialmente a los anglosajones les gusta decir que el Imperio estaba en crisis y en decadencia empezamos a tener obras de autores romanos cristianos que hablan de la vida de los plebeyos. Siguen sin hablar de barrer o de cagar pero sí comentan (tengo una obra en la cabeza pero no recuerdo el autor, me suena del siglo V) el incordio que es el tráfico en las calles de Roma (un problema que la ciudad eterna jamás resolvió: en tiempos de la república ya hay normativas sobre urbanismo y tráfico, se conoce que en mil años no resolvieron el problema. Incluso hoy en día Roma no me parece la mejor ciudad para desplazarse). En un tono quejoso aparecía la crítica al comportamiento cotidiano de los romanos que se contextualiza en una mezcla de defensa del cristianismo y nostalgia por la gloria pasada. Así, estaban los romanos llenando las tabernas, apostando y hablando de carreras de caballos todo el día justo por la época en que vivía el último emperador o el primer rey ostrogodo de Italia.
Esta imagen de la época choca con la imagen popular que tenemos de desesperación, decadencia, crisis y lucidez absoluta y plena de toda la población sobre el momento histórico que vive.
—Hola buenas, una hogaza de pan.
—Aquí tiene. Menuda movida que se nos esté cayendo el Imperio Romano.
—Yo la verdad es que le voy a poner nombres germanos a mis chiquillos solo por joder... ¡Doscientas unidades monetarias! ¡Esto es un robo!
—Oiga qué quiere, es que estamos en plena decadencia y caída del Imperio Romano de Occidente.
—Grmpf, lo de ser plenamente consciente del instante histórico en que vivimos se nos va de las manos.
—Reprímase, puede hablar con el herrero. Al menos los estribos y las espuelas están baratas.
—¿Los qué?
—Los estribos y las espuelas. Ya sabe: instrumentos que mejoran el control del caballo y la seguridad del jinete. Son inventos germanos que contribuyen a la caída del imperio. Bueno, en realidad son inventos chinos que han traído los hunos y otros pueblos turco-altaicos que en sus peleas trasladaron a magiares, búlgaros y eslavos y estos a los germanos gracias a los cuales nos llegan a nosotros.
—Ostias, cuánta información.
—No puede ser de otra forma: se está cayendo el Imperio Romano, señor.
Obvia decir que una conversación así no tuvo lugar, a todo lo que se llegaba en el Bajo Imperio era a un cierto tono nostálgico del que solo se preocupaban cuatro escritores. Tono nostálgico que siempre existió en la literatura romana por lo que no nos da ninguna información. Sí, antes las cosas eran mejor, los hombres más honestos y las mujeres más decentes. Los jóvenes escuchaban a sus mayores, etcétera. Estos temas han existido desde que existe la escritura.
Es fascinante cómo la gente que vive en una época se cree que la suya es la más importante de la historia. Siempre se repiten los mismos arcos narrativos: "estamos en nuestro mejor momento pero hay quienes quieren arruinarlo todo". "Antes las cosas eran mejores e iniciamos nuestra decadencia". "Tenemos una responsabilidad generacional de enmendar el curso de la historia". Siempre son los mismos temas. Siempre las mismas admoniciones.
¿Por qué esto?
Se me ocurre que en cada instante el hombre vive en el presente. En cada instante tiene el mayor conocimiento acumulado de la historia hasta ese punto. Sin embargo tampoco existe la idea de que se pueda ir a mejor porque no podemos obtener información del futuro. Nuestra referencia forzosamente está en el pasado. Entonces se produce una paradoja formada por dos sintagmas:
La paradoja se suele resolver situando ese pasado en una época que desborde la memoria de los vivos. Y la idea del hombre en la historia pasa a ser: nuestros antepasados estaban guay, hubo una decadencia, nos estamos recuperando gracias a la gente mayor viva hoy y cuidado que puede haber otra decadencia.
Por tanto esta idea del hombre en la historia tiene una utilidad práctica en la gerontocracia en que vivimos: haz lo que tus mayores te ordenan y envejecerás y entonces serás tú el que de las órdenes. La promesa del dominio. Una promesa que se resquebraja cuantos menos hijos nacen y más envejece la población.
De acuerdo, he dicho que siempre se está advirtiendo del fin del mundo, así que no tenéis que hacerme caso. Aunque sería conveniente tomar nota de que esta vez el problema es nuevo. Siempre hubo guerras y pestes pero por primera vez no está habiendo remplazo de la siguiente generación.
Imaginaos entonces plantear el problema del hombre en la historia formando parte de la última generación del hombre. Bueno, eso ya se lo dejamos a los autores de ciencia ficción.
El cambio de "Vida de los filósofos" o "Vida de los reyes" a "Historia de la Filosofía" o "Historia del reino" se produce por razones muy concretas en el siglo XVIII pero ese no es el tema de hoy.
El tema de hoy tiene que ver con lo mucho que cuesta hallar noticia de lo cotidiano y efímero de hace siglos. Sabemos por ejemplo que los romanos barrían sus casas no porque nos lo cuente una obra histórica contemporánea sino por personajes secundarios, apenas parte del escenario, que se dibujan sobre mosaicos. Así, en un mosaico de tiempos de Cristo en el que se ve a Hércules peleando con el león de Nemea vemos que la escena está enmarcada por árboles, animalitos y un chiquillo con una escoba. El objetivo del autor era mostrar un trabajo de Hércules para decorar una sala pero gracias a ese fondo del paisaje tenemos idea de que había escobas y se utilizaban como hoy en día. Ninguna gran obra de la literatura romana antigua nos habla de las labores domésticas (hasta donde yo sé). Ahora que lo pienso, puede que el autor quisiera también recordar al chiquillo que barría pero ese sería un argumento para una novela histórica soporífera.
Ocurre algo similar con eso que hacemos todos los días y de lo que hablamos muy poco: cagar. Incluso en un primer momento estuve tentado de emplear el más formal "defecar" pero qué diablos: caga el rey, caga el Papa, de cagar nadie se escapa. Sabemos cómo cagaban los romanos porque han sobrevivido algunos cagaderos. Sabemos que la de cagar era una actividad social. Los cagaderos comunes recuerdan a los comedores comunes: uno satisface una necesidad natural y al mismo tiempo comenta la jugada con el vecino. Ninguna obra nos habló de esto pero lo sabemos gracias a la arqueología.
Ya en el Bajo Imperio cuando especialmente a los anglosajones les gusta decir que el Imperio estaba en crisis y en decadencia empezamos a tener obras de autores romanos cristianos que hablan de la vida de los plebeyos. Siguen sin hablar de barrer o de cagar pero sí comentan (tengo una obra en la cabeza pero no recuerdo el autor, me suena del siglo V) el incordio que es el tráfico en las calles de Roma (un problema que la ciudad eterna jamás resolvió: en tiempos de la república ya hay normativas sobre urbanismo y tráfico, se conoce que en mil años no resolvieron el problema. Incluso hoy en día Roma no me parece la mejor ciudad para desplazarse). En un tono quejoso aparecía la crítica al comportamiento cotidiano de los romanos que se contextualiza en una mezcla de defensa del cristianismo y nostalgia por la gloria pasada. Así, estaban los romanos llenando las tabernas, apostando y hablando de carreras de caballos todo el día justo por la época en que vivía el último emperador o el primer rey ostrogodo de Italia.
![]() |
Muralla de Lugo, Semanario pintoresco español (1850). |
—Hola buenas, una hogaza de pan.
—Aquí tiene. Menuda movida que se nos esté cayendo el Imperio Romano.
—Yo la verdad es que le voy a poner nombres germanos a mis chiquillos solo por joder... ¡Doscientas unidades monetarias! ¡Esto es un robo!
—Oiga qué quiere, es que estamos en plena decadencia y caída del Imperio Romano de Occidente.
—Grmpf, lo de ser plenamente consciente del instante histórico en que vivimos se nos va de las manos.
—Reprímase, puede hablar con el herrero. Al menos los estribos y las espuelas están baratas.
—¿Los qué?
—Los estribos y las espuelas. Ya sabe: instrumentos que mejoran el control del caballo y la seguridad del jinete. Son inventos germanos que contribuyen a la caída del imperio. Bueno, en realidad son inventos chinos que han traído los hunos y otros pueblos turco-altaicos que en sus peleas trasladaron a magiares, búlgaros y eslavos y estos a los germanos gracias a los cuales nos llegan a nosotros.
—Ostias, cuánta información.
—No puede ser de otra forma: se está cayendo el Imperio Romano, señor.
Obvia decir que una conversación así no tuvo lugar, a todo lo que se llegaba en el Bajo Imperio era a un cierto tono nostálgico del que solo se preocupaban cuatro escritores. Tono nostálgico que siempre existió en la literatura romana por lo que no nos da ninguna información. Sí, antes las cosas eran mejor, los hombres más honestos y las mujeres más decentes. Los jóvenes escuchaban a sus mayores, etcétera. Estos temas han existido desde que existe la escritura.
Es fascinante cómo la gente que vive en una época se cree que la suya es la más importante de la historia. Siempre se repiten los mismos arcos narrativos: "estamos en nuestro mejor momento pero hay quienes quieren arruinarlo todo". "Antes las cosas eran mejores e iniciamos nuestra decadencia". "Tenemos una responsabilidad generacional de enmendar el curso de la historia". Siempre son los mismos temas. Siempre las mismas admoniciones.
¿Por qué esto?
Se me ocurre que en cada instante el hombre vive en el presente. En cada instante tiene el mayor conocimiento acumulado de la historia hasta ese punto. Sin embargo tampoco existe la idea de que se pueda ir a mejor porque no podemos obtener información del futuro. Nuestra referencia forzosamente está en el pasado. Entonces se produce una paradoja formada por dos sintagmas:
estamos en nuestro mejor momento + el pasado era mejor
La paradoja se suele resolver situando ese pasado en una época que desborde la memoria de los vivos. Y la idea del hombre en la historia pasa a ser: nuestros antepasados estaban guay, hubo una decadencia, nos estamos recuperando gracias a la gente mayor viva hoy y cuidado que puede haber otra decadencia.
Por tanto esta idea del hombre en la historia tiene una utilidad práctica en la gerontocracia en que vivimos: haz lo que tus mayores te ordenan y envejecerás y entonces serás tú el que de las órdenes. La promesa del dominio. Una promesa que se resquebraja cuantos menos hijos nacen y más envejece la población.
De acuerdo, he dicho que siempre se está advirtiendo del fin del mundo, así que no tenéis que hacerme caso. Aunque sería conveniente tomar nota de que esta vez el problema es nuevo. Siempre hubo guerras y pestes pero por primera vez no está habiendo remplazo de la siguiente generación.
Imaginaos entonces plantear el problema del hombre en la historia formando parte de la última generación del hombre. Bueno, eso ya se lo dejamos a los autores de ciencia ficción.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)