sábado, 18 de marzo de 2017

El fin de ETA. Capítulo ene.

El fin de ETA. Llevamos con el fin de ETA más de un lustro. Tenemos película. Tenemos libro. Tenemos fin de ETA versión 1982. Tenemos fin de ETA versión 2011. Tenemos fin de ETA versión 2017. Ante este panorama llama poderosamente la atención que lo único que no tengamos sea precisamente el fin de ETA. El único fin válido. El que tienen que anunciar las instituciones, la ley. Y ese fin no es otro que el de la victoria de los demócratas, de los españoles, de las víctimas. Un fin de ETA que lleve la pena y la vergüenza a sus miembros y simpatizantes, a los que miraron hacia otro lado y a los que recogen las "nueces".

Si los miembros de ETA acaban por ser detenidos y la policía confirma la disolución de la banda ese será un bonito comienzo del fin de ETA. Un final de ETA que debe implicar un proceso de transición hasta la normalización de lo que no es normal. Porque no es normal que haya homenajes a etarras en la vía pública, que los consistorios se solidaricen con criminales y que se produzca una equiparación discursiva entre España y esta banda de criminales.


Los buenos no podemos conformarnos con una disolución de la banda que deje las cosas como están. Una disolución así tan solo significa un cambio estético. Para ilustrarlo: sin más cambios, el tiempo tras la disolución de la banda tan solo sería como el tiempo que transcurre entre dos atentados. Y lo digo porque sus portavoces, sus justificadores y sus proselitistas quedarían exactamente en los mismos lugares. La lucha contra ETA no solo es la lucha de la sociedad contra unos torturadores y asesinos, también es una lucha contra lo peor de esa misma sociedad. No se puede ignorar que una parte de la sociedad está no equivocada sino enferma. Y esa enfermedad moral hay que combatirla con las armas que dan la dignidad, la justicia y la memoria.

¿Cómo vamos a mirar a la cara a las víctimas de estos ladrones y asesinos si sus herederos siguen campando a sus anchas como si la calle fuera suya? Un fin de ETA así solo lo sería de palabra, no de hechos.

Da la sensación de que la situación actual tan solo es un cambio de estrategia. Todos los simpatizantes y portavoces legales siguen en los mismos puestos. Las víctimas que tuvieron que huir siguen sin tener una reparación. Los cientos de asesinatos sin resolver siguen callándose. Un crimen no se resuelve cuando todos dejan de hablar de él. Y la historia de ETA es un crimen. Un crimen y una herida que si no se sutura con el hilo de la justicia y la aguja de la memoria reabrirá en cualquier momento.

No hay otro fin de ETA que la derrota de ETA, que es la victoria de la nación.


jueves, 9 de marzo de 2017

La hispanidad en el debate identitario

El auge del populismo trastoca los planes de quienes ven el conflicto político como una pugna entre maneras de dirigir el estado y con ello organizar la sociedad. En los sistemas liberales de gobierno la política se entiende como el debate público sobre la organización política y económica del estado: quiénes pagan impuestos, cómo los pagan, cómo debe ser la educación, qué tratamientos médicos debe cubrir el presupuesto, cuántos tanques se necesitan, a quién se le echa una mano y cómo hacerlo, qué se considera delito y cómo se combate, etc. En la sociedad abierta se debate sobre el papel del estado. Las corrientes políticas (y en su caso partidistas) están obligadas a definirse respecto al estado, dicho de otro modo, tienen que tener una teoría del "mejor gobierno". Por eso llamamos extravagantes a las corrientes políticas que no se definen respecto al estado, que no cuentan con una teoría del estado, que, esencialmente no son políticas: animalistas, feministas, etc. Estas corrientes no son estrictamente ideológicas o políticas porque no saben qué número de tanques necesitamos, por decirlo rápido.


Si la pugna política cambia —en mi opinión eso está por ver— parece que será hacia un escenario donde el debate no orbite alrededor del estado, sino de la identidad de grupo. La humareda de los escombros de la distinción unidmensional izquierda/derecha todavía nos empuja a hablar de populismos de izquierda y populismos de derecha. Dispersada la humareda lo que nos queda son populismos sin apellidos frente a lo que no es populismo. El populismo tiene una conexión directa con la identidad de grupo. El populismo trata de definir quién forma parte del pueblo. Y lo hace de forma arbitraria (cosa que es una debilidad mientras no les permitamos llegar al poder, en ese caso la arbitrariedad del estado en sus manos será su fortaleza).

Frente a la arbitrariedad del populismo a la hora de definir quién es el pueblo tenemos el modo reglamentario, justo y firme de decidir quién es el pueblo de quienes defendemos el estado liberal. Forma parte del pueblo todo aquel que tenga pasaporte. Es decir, es nacional el que tiene la nacionalidad y por tanto sujeto a las normas de la comunidad política donde encaja. Nuestro método es justo porque no deja las cosas al azar: los casos de personas sin nacionalidad son mínimos y se resuelven con acuerdos internacionales. Para quienes defendemos los estados nacionales la pregunta "¿quiénes somos?" no procede.


No todo el mundo hace esta reflexión y por ello el centro del debate puede variar. Y si varía ¿eso dónde nos deja? Siendo prácticos en un primer momento se puede pensar en de qué forma las organizaciones de representación política van a cambiar. Cosas como conservar las tradiciones, ayudar a la clase explotada a defenderse de la explotadora o limitar la inflación legislativa y tributaria pasarían a ser secundarias respecto a nuevos ejes sobre la identidad. En nanogrupos extravagantes que ya funcionan en estas coordenadas vemos cómo se les da mucha importancia a las operaciones de cambio de sexo, a los exámenes para acceder a la ciudadanía, etc. Asuntos muy concretos relacionados con las preguntas "quién forma la comunidad política" y "cómo se categoriza la comunidad política". Sí, nos podemos olvidar de la igualdad de derechos, algo que de tan normal lo damos por garantizado (hay una crítica pendiente al estado liberal y es que esta forma de estado no se vende).


Esta reflexión la planteo en términos condicionales y futuribles así que es poco práctica, sin embargo si nos obliga a reflexionar sobre lo que ya hay igual es provechosa.

Si el debate pasa a ser sobre la identidad de grupo inevitablemente tendremos que preguntarnos por nuestro grupo. Los hispanoeuropeos e hispanoamericanos mucho me temo que no tenemos una respuesta rápida. Más allá de quien sienta devoción por modas foráneas y decida que pertenece a la humanidad, a Europa, a la raza amarilla, a los animales o a los seres vivos; para nosotros la respuesta no es sencilla porque llevamos un tiempecito tratando de responderla. La pregunta para nosotros no se relaciona tanto con marchar detrás de una bandera como con tener una teoría de la historia. España no es Uganda ni Canadá. España —aparte de un país rico con un gran nivel deportivo y sanitario— es una idea que desborda las fronteras de lo que en el atlas se pinta como "reino de España".


El problema del ser de España es un problema clásico en la filosofía. La hispanidad no es el escombro humeante de ningún imperio del pasado sino la consecuencia de un programa político secular. Idioma y religión que son dos agregadores fundamentales de toda comunidad política están muy vivos en el orbe hispánico y no parece que esto vaya a cambiar (por mucho que otros lo intenten... con nuestra ayuda).

Sea pues la primera distinción fundamental que nos distingue la lengua. La importancia del español no está en su número de hablantes, como dicen políticos en horas bajas, sino en la producción de las bases del conocimiento. Es una lengua que de forma muy temprana tiene una estandarización y que desde sus primeras obras escritas se empleó con el propósito de comunicar e intercambiar conocimiento. Es una lengua con la que se produce filosofía desde hace muchos siglos: sus términos no son inventados según la necesidad: la base del latín y a su vez del griego propició una continuidad en la filosofía que nos conecta con la filosofía de la antigüedad clásica. No hablo pues de un tal Shakespeare que inventa palabras o de un contubernio de filósofos alemanes que pretenden diferenciarse de la filosofía medieval (y por tanto, también de la clásica).


La segunda distinción es la religiosa. El sustrato católico como rasgo de distinción no es exactamente el de la fe (que podría ser el caso lituano frente al cristianismo ortodoxo) sino más bien el de la filosofía católica o escolástica. Más allá de poco creíbles "accidentes de la historia", el trabajo de producir filosofía resultó en la aparición de un agente en la historia universal con peso específico (sigo hablando de nosotros, por si alguien se ha despistado). No somos católicos al no ser otra cosa, sino que somos católicos por resistirnos a ser otra cosa. Y en muchas ocasiones ya ni habría que hablar de resistencia sino de desbordamiento, avasallamiento, cobertura. Esta parte es fundamental entenderla: no solo no hemos sido borrados de la historia (cosa que se intentó varias veces) sino que cruzamos el océano. Esto no está nada mal.

¿A qué cosas nos resistimos ser? Básicamente a dos.

¿Ese niño no tiene que estar en clase?
Nos resistimos a ser musulmanes. Quedaría corto cualquier análisis de la Reconquista si se limitara a ser un compendio de batallas y disputas por el terreno. La disputa por el terreno es muy importante (sin terreno te conviertes en un feriante) pero la disputa se produce en otros niveles. La victoria contra el islam significa también la preponderancia de la idea católica sobre la idea islámica. El islam defiende la sumisión a Dios, todo pasa por Dios y nada se deja al hombre. Buena parte de la profesión de fe islámica es la humillación, el sometimiento. El islam es un monismo que no deja espacio para pensar sobre el hombre, el mundo, el alma. Los fieles no tienen que pensar porque todo está ya pensado por Dios y recogido en un libro (y en miles de interpretaciones contradictorias de ese mismo libro y de citas del profeta). En el islam Dios es el único que produce la razón. Ah, pero en el catolicismo la cosa es distinta: en el catolicismo las personas hacemos cosas y las cosas tienen consecuencias. La recompensa de hacer bien las cosas es la resurrección de la carne. De la carne, no de una nubecita brillante. En el catolicismo el hombre de carne y hueso tiene importancia por sí mismo (el mártir islámico busca matarse, el católico no. Por cierto, sobre la importancia de la carne se podría construir una critica similar al terrible budismo, no puede haber un piloto kamikaze católico, para entendernos). A su vez podemos traer otro dogma esencial para el católico: que Dios sea Padre e Hijo (y Espíritu Santo que es el más dificil de pensar), rompe la posibilidad del monismo. Rompe la posibilidad de que no haya grados de libertad, introduce la pluralidad. Yo aún metería otra parte que es la existencia de la clerecía (el islam carece de ella aunque los chiíes parece que lo han intentado): la organización temporal de la Iglesia es algo que ha tenido consecuencias evidentes para todos.

¡Qué me cuentas! No, en serio, qué diablos significan esas palabras.
También nos resistimos a ser protestantes. Los proestantes rechazan el Magisterio y cada protestante pasa a ser autoridad. En sentido estricto el protestante no tiene Iglesia (tienen sectas y grupos de boy scouts pero no me parecen serios) y esto le deja a cada uno con una Biblia llena de pies de página frente a Dios. Así cada uno se convierte en autoridad religiosa suprema porque dispone de una libre interpretación de las Escrituras (y de lo que tiene que creer y hacer, bueno, de hacer no, porque el protestante no tiene por qué hacer nada), esto es lo que llaman el libre examen, la libre conciencia. Esto es muy problemático porque nos ha infectado de tal forma que cualquiera se sube a un banco en el parque y dice "yo pienso que...", como si lo que piensa tuviera alguna importancia. Es decir, aparece la conciencia subjetiva frente a la conciencia objetiva (en catoliqués la "conciencia recta"). Todo el mundo tiene su opinión y lo que es correcto no importa. Todo el mundo tiene una conciencia distinta y acude a ella como elemento de autoridad aunque diga y haga mamarrachadas. Para los católicos por otra parte existe una conciencia recta, objetiva, que está de acuerdo con la Ley. No es arbitraria. Pero el hombre tiene libre albedrío y está en él salvarse o condenarse si sus actos se ajustan a la Ley (esto es lo que decía sobre cómo la doctrina salva el conflicto ético).

La dialéctica con estas religiones va más allá de la Reconquista y de la Contrarreforma. No estoy hablando de cosas antiguas. Es más, tiene mayor consecuencia el enfrentamiento con el turco que con el moro. Fue el turco el que nos empujó al oeste. Ojo, lo del moro no tiene pequeña consecuencia: pequeñas ciudades españolas en el norte de África tienen una sobredimensionada presencia militar por estar en una frontera entre planetas distintos. Y respecto a los protestantes hoy vemos conflictos en plena vigencia: solamente hay que ir a ver por dónde los protestantes trazaron una frontera en Norteamérica que dividió lo que estaba unido. Hoy siguen metiendo a gente en la cárcel por eso.

En definitiva tanto idioma español como filosofía católica serían los factores de más peso que nos sitúan como agentes activos en la historia universal. Nos podrá gustar más o menos (no importa) pero en el posible debate identitario simplemente no podremos elegir. Igual podemos elegir no participar en el debate pero esa ya es otra historia.


lunes, 6 de marzo de 2017

La broma

Alemania, 1930. Aquel panfleto titulado "Die Christus ans Kreuz schlugen, machen das Weihnachts-Geschaeft!" denunciaba cómo el comercio judío destruía el comercio alemán (entiéndase no-judío) al vender adornos de Navidad más baratos que la competencia. El chiste que acompañaba la denuncia (un rabino lamentándose de que la Virgen María no hubiera tenido dos niños Jesús porque así habría podido doblar sus ventas) se adaptaba como con un calzador a la mentalidad del tendero de clase media-baja afectado por la incertidumbre económica, la inflación y la carestía propia de la época de la Gran Depresión. Incluso entre quienes rechazaban a aquellos bravucones populistas no escasearían los que dejarían escapar una mueca divertida ante el chiste. "Oh, no estoy de acuerdo con ellos, pero el chiste tiene su punto".

Lo que ocurrió los siguientes años es una historia conocida. Para marzo del 33 el 10% de todos los varones alemanes mayores de 17 años estaban afiliados a las SA. Una cohorte demográfica que se queda corta si incluimos a los afiliados al NSDAP, las SS y otras oficinas relacionadas. Hubo casos especialmente trágicos de judíos alemanes que trataron de ganar una posición en la nueva situación e incluso anécdotas relacionadas con la visión que los judíos más cosmopolitas de las grandes ciudades tenían sobre los judíos del este, de ascendencia más rural y a los que se señalaba como más atrasados.


Antes de que los nazis aprobaran la legislación que privaba a los judíos de sus derechos civiles e incluso antes de que los nazis llegaran al poder el antisemitismo era una cosa cotidiana. La propaganda política de los años anteriores a la toma del poder que hacían los políticamente incorrectos sirvió para que lo socialmente aceptable fuera cambiando. Si unos jóvenes inmovilizaban y cortaban la barba a un rabino, eso era una chiquillada. Si un judío tenía una novia gentil, a la novia gentil se le dejaba de hablar y se le aplicaban los epítetos esperables. La legislación racista de la primavera del 33 hizo oficial en la ley lo que ya funcionaba en la calle. Un comerciante judío podía ser asaltado en su casa por miembros de las SA y tras la preceptiva paliza a él y a su familia ser conducido al calabozo ante la mirada del resto de comerciantes de su calle. Tampoco era raro que antes de las leyes racistas algunos jueces negaran el permiso para casarse a un matrimonio "mixto". Fue después de todo eso cuando se empezaron a aprobar las leyes raciales.

Miguel Eduardo Barinaga Erezuma es director de la televisión autonómica vasca. El mismo día que la prensa informaba del secuestro exprés de José Luis Calvo Casas (lo encontraron a las pocas horas con un tiro en una pierna) a manos de ETA-pm, la agencia EFE informaba de la detención de Eduardo Barinaga acusado de pertenecer al aparato informativo de ETA. Los comandos informativos de la organización terrorista se dedican a enviar datos sobre empresas y ciudadanos a la cúpula de ETA para efectuar secuestros y extorsiones mediante el llamado "impuesto revolucionario".

Sería injusto reducir la trayectoria profesional del director de la televisión pública vasca a soplón de asesinos, en justicia añadiremos que también es productor de televisión (De Mathausen a Gernika, Gernika bajo las bombas, etc).


El programa de humor de la televisión vasca se preguntaba "¿Cómo son los españoles?" (entiéndase no-vascos). Se presentaban unos estereotipos negativos (paleto, chioni, etc) y a continuación se preguntaba a gente elegida siguiendo una serie de criterios (político aberchale, actriz aberchale, cantante aberchale, gente que debe ser muy famosa en su aldea, etc). Una estructura formal de un programa así se supone que primero presenta estereotipos y a continuación los entrevistados los desmienten. Pero no sucedió eso: el programa presentaba estereotipos insultantes que hacían apología de la diferencia y excusa del odio y a continuación los entrevistados confirmaban que pensaban exactamente lo mismo que los maravillosos guionistas pardos del programa.

Naturalmente surigieron protestas, la cadena se disculpó y a instancias del gobierno regional —que también se disculpó— retiraron el programa de Internet (una vez ya emitido en televisión).

Gran parte de la polémica se centra en señalar que no es constructivo hacer un programa que insulte a la gente de forma gratuita. También hago constar que hay gente que opina que no hay ningún problema con el programa, que hay que tener sentido del humor y la piel no tan fina. No me meto en la polémica con este planteamiento. No se trata de la piel fina o de tener o no razón. Yo prefiero quedarme con los primeros segundos del programa, con el tema, con el asunto, más allá de su contenido.

El programa se titulaba "¿Cómo son los españoles (no vascos)?". Yo es que veo ese título y me pregunto qué se pretende. Qué rumor sordo está operando. Cuál es el objetivo.

Porque ante un planteamiento así, por muchas vueltas que le demos, solo podemos llegar a una conclusión.


Y eso es lo que no se debate. Eso es lo que la gente —partidarios del programa y detractores— no veo que discuta. Cuando un youtuber —que cuenta con una audiencia superior a la de cualquier canal de televisión del mundo—  contrató por Internet a unos tipos para que le hicieran un video con un cartel que ponía "muerte a los judíos", pensó que se trataba solo de una broma. Al haber protestas y ocasionarle un coste económico considerable, el sujeto pidió disculpas, trató de explicar que estaba haciendo un expermiento social, etc. La broma le supuso un coste.

Sin embargo con el programa de la ETB simplemente se ha cancelado su reproducción, nadie pagó ningún coste. Se tapó. Sin cadaver no hay delito. Apenas quedará un recuerdo de una cosa nazi que hicieron en la tele vasca. Otra más. Algo al nivel de los mapas meteorológicos del Lebensraum cateto. Lo cotidiano, lo normal. Era bromi.

Van demasiadas bromas. Chascarrillos, risas y anécdotas que de forma independiente son inocentes (o no graves) pero que una detrás de otra significan otra cosa. Mal arreglo.


jueves, 2 de marzo de 2017

Filosofía de la ofensa

Aquellas cosas que más damos por sentadas son las que menos reflexión nos provocan. Creo que el problema es que algunas de esas cosas que damos por sentadas son en realidad conceptos nebulosos, términos confusos e ideas contradictorias. Buceamos en un océano de metafísica cósmica en el que no hay asideros sólidos (materiales) a los que agarrarnos.

«Oh, tú, que das vuelta al timón y miras a barlovento, piensa en Flebas, que otrora fue bello y tan alto como tú». Ruinas del monasterio de Santa María de Melón (Orense).
Asuntos como libertad de expresión, tolerancia, justicia, moral se usan de forma maleable, cambiante y ad hoc en función de circunstancias inmediatas o efímeras y por tanto son fuente de conflicto. Las más de las veces un conflicto irresoluble que tan solo se aparca ante la llegada de un nuevo conflicto.

Y es muy curioso esto porque a poco que nos paremos a pensar tenemos que darnos cuenta de que la base de nuestras relaciones sociales se construye a partir de la tolerancia. Nuestro sistema político y nuestra convivencia diaria se basan en la tolerancia. Esta tolerancia está a su vez relacionada con la virtud cívica de la justicia, es defendida por la moral y tiene como consecuencia la libertad civil (que suelo llamar banal, y en este caso sería lo que mecánicamente entendemos por "libertad de expresión").

Tolerancia


El de tolerancia es un concepto relativamente moderno. Aunque encontramos ejemplos de tolerancia, en la antigüedad el concepto de tolerancia simplemente no existía. Comportamientos que relacionamos hoy con la tolerancia y aplicamos a la Edad Antigua eran explicados por ciertas virtudes que estaban funcionando en aquella época. Así, ante una ofensa de un vecino uno lo dejaba correr no porque "tolerara" la ofensa sino porque le motivaba la prudencia (ser prudente era virtuoso) o se sentía tan seguro de su posición que acudía a la paciencia (una virtud relacionada con la fortaleza).

Con el cristianismo esto empieza a cambiar. La idea de tolerancia/intolerancia empieza a percibirse en la pugna entre distintas religiones o entre sectas religiosas. La idea de tolerancia se empieza a relacionar con la debilidad en la defensa de los principios religiosos, la intolerancia pasa a ser un valor positivo ya que combate esa debilidad y hace que las cosas permanezcan robustas y no den pie a conflictos (la gente cuando discutía de religión no iba a hablarlo a la tele, cogía cachiporras).

Tras las guerras de religión y el surgimiento de nuevas filosofías que endiosan al hombre y lo colocan como parte de un todo universal, de una sopa cósmica, la filosofía cristiana pierde importancia y sus ideas pierden relevancia. La intolerancia contra el mal va dejando de importar tanto y en un proceso de inversión teológica (que afecta a todas las facetas de la vida del hombre) se acaba preconizando la tolerancia del mal como algo bueno. Así, frente a una Iglesia que decía (de forma razonada) que era intolerante, los nuevos filósofos que achacan los males del mundo a la Iglesia, verán en ello el mal y por tanto defenderán su contrario: hay que ser tolerante. La tolerancia pasa a tener un valor positivo pese a que durante muchos siglos fue algo a evitar.


Hoy seguimos esa ruta: entendemos que la tolerancia es deseable (y la intolerancia rechazable). Sin embargo no toleramos la intolerancia y toleramos la intolerancia de la intolerancia. La confusión de las implicaciones lógicas de esto es evidente. Por lo tanto estamos ante un concepto... bastante inútil. Todas nuestras relaciones sociales y nuestro sistema político parten de una idea confusa (pero no pasa nada porque hacemos como que no lo vemos y vamos tirando).

Bien, somos tolerantes, no sabemos qué significa eso, pero somos tolerantes. ¿Qué cosas toleramos? ¿Toleramos que haya nubes en el cielo? Mmm, sí, pero no está en nuestra mano. Toleramos lo que hace un "otro", toleramos acciones, y en el tema que nos atañe toleramos comunicaciones de un otro. Su expresión.

Libertad de expresión


Todo el mundo habla de libertad de expresión. La libertad de expresión aparece en la Declaración de los Derechos Humanos (una sistematización contradictoria y confusa de virtudes cívicas que tiene una limitada utilidad publicitaria) y aparece en un montón de constituciones. Nos hace sentir bien esto pero en realidad no sabemos de qué estamos hablando.

El artículo 19 de la Declaración de los DD.HH. dice algo que más o menos es igual a lo que hay en las constituciones políticas de los países del mundo libre:
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
No hace falta rascar mucho para que a esa frase le salga un pus verde y maloliente. En muchos países está prohibido negar públicamente la existencia del Holocausto o regulada la experimentación con animales (ya no digamos con seres humanos). A causa de las opiniones de uno uno puede ser muy molestado (y hasta acabar en la cárcel). Respecto a la libertad de difundir opiniones normalmente hay muchos escollos (técnicos, financieros y legales). De lo de "sin limitación de fronteras" ni hablo, que me entra la risa floja.

Actuamos como si la libertad de expresión fuera una libertad positiva (libertad para expresarnos, libertad volitiva, libertad que depende de nuestra voluntad para realizar una acción) y sin embargo por lo dicho en el anterior párrafo en realidad estamos ante una libertad negativa (libertad de hacer lo que no está restringido).


(El problema de la libertad del hombre tiene mucha más miga: ¿soy libre para tomar una taza de café o es mi brazo esclavo de las órdenes que envía mi cerebro y por lo tanto soy semi-libre? Si empèzáis a pensar mucho en estas cosas os crece el cerebro).

Planteada la cuestión de los límites de la libertad de expresión, podemos imaginarnos que no existen trabas. No hay limitaciones. Imaginemos que la libertad de expresión es totalmente positiva, imaginemos que somos dioses. ¿Somos libres para expresar lo que nos sale del orto? Nadie nos va a frenar, no tenemos cortapisas ¿realmente podemos decir lo que nos viene en gana?

¡Mirad allá arriba! Eso que desciende en una nave espacial se llama... ética.

Ética

Probad vosotros a buscar una imagen de "ética", listos.
Con permiso de Aristóteles y Spinoza (unos señores que hablaron de ética y suelen emplearse como referencia en la civilización occidental) me ciño al tema que nos ocupa sobre la expresión (aunque hay gente que diría que cualquier acto voluntario es una forma de expresión: "la libertad de expresión de tomar el café con azúcar", pero entonces esto se haría infinito).

La ética no nos dice nada sobre la tolerancia o la intolerancia. La tolerancia que flota en el éter cósmico (tantas veces recurrida en nuestros días) no tiene nada que ver con la ética. No siento deciros que no es ético "ser tolerante". Habrá ocasiones en que sea ético ser tolerante y otras en que lo ético sea ser intolerante (uns pican e outros non). (Para no extenderme doy por sabido que la ética depende y trata de personas). (Para no extenderme también doy por sabido qué es una persona).

Para saber cuándo aplicar un comportamiento ético (y por tanto ser tolerantes o intolerantes) es preciso saber qué diablos es un comportamiento ético. Un comportamiento ético es aquel que busca cuidar la existencia de la persona (no es ético golpearse la cabeza contra la pared o conducir totalmente borracho; es ético alimentarse, vacunarse, etc.). Pero la ética no es tampoco mera egolatría, existe el comportamiento ético de cara a los demás si se promueve cuidar la existencia de otra persona. Como suponéis a estas alturas, el conflicto ético está servido: ¿dejo de comer yo para dar de comer a mi hijo? Por no mencionar el relativismo ético. Hay sistemas de valores que dan solución a muchos de estos conflictos y que resuelven el problema del relativismo (la doctrina de la Iglesia Católica, por ejemplo). Tampoco hace falta liarse, años de convivencia y experiencias nos empujan a saber que dañar una persona es "malo" (por tanto, asesinar, robar, mentir) y beneficiar su existencia es "bueno". Hay ocasiones en las que una mentira es éticamente deseable para evitar la muerte de una persona, etc. Incluso habrá ocasiones en que el asesinato pueda ser éticamente "bueno" (en el caso de una enfermedad dolorosa intratable, aunque esto va cambiando con nuevos descubrimientos médicos).

Moral


En general, como no somos Robinson Crusoe, el comportamiento ético se inserta en una comunidad de personas. Esta comunidad tiene comportamentos morales. Lo moral sería lo deseable para la existencia de la comunidad. El comportamiento ético y la norma moral pueden entrar a su vez en conflicto (suele ganar la moral porque los tanques y los fusiles normalmente están de su lado, aunque no siempre). Ah, pero este conflicto no es eterno porque las personas y las comunidades cambian con el tiempo y con ellas las normas morales (y éticas, por ejemplo, en el caso de la eutanasia y de los descubrimientos médicos).

¿Qué usamos a la hora de "forzar" la aplicación de normas morales? Pues una cosa que se llama justicia, que muchos temen y otros alaban.

Justicia

Insisto en que hablo de justicia en una sociedad libre, no en una banda de gángsters.
La fuerza del Estado impone coactivamente un reglamento jurídico que tiende a resolver (en muchos casos poner fin) conflictos entre ética y moral y entre varias morales (en el ámbito del Estado hay varios grupos en conflicto). De forma menos evidente el Estado se esfuerza (usa la fuerza) por imponer una norma moral común y homogénea que le evite recurrir a la fuerza bruta (por ejemplo mediante campañas de publicidad o mediante el control de la educación). Así, a la mayoría de la población le acaban pareciendo moralmente deseables asuntos que a la generación de sus padres les parecería aberrantes.

En las sociedades libres donde la mayoría de ciudadanos pueden moldear el reglamento jurídico, se logra minimizar el conflicto entre ética y ley. La representación política también aminora los conflictos entre varias morales porque la coexistencia implica la procura de acuerdos que limen asperezas.

Conclusión


Ante un conflicto de morales (de lo "bueno" para la comunidad) debemos preguntarnos si una parte daña a la otra. Si no hay daño (y la ofensa no es un daño si no se busca, y si es buscada y daña, hay que valorar qué cantidad de daño hace), en realidad no hay conflicto. Como la ofensa es algo subjetivo (tú no pretendes ofenderme pero yo me considero ofendido, "dañado"), entonces sí hay conflicto y el conflicto se resuelve acudiendo a la norma jurídica.

Como regla práctica en una sociedad libre yo defiendo la regla del puteo: tú puedes putear si aceptas que te puteen. No vale buscar el enfado del otro y luego enfadarte porque el otro se enfada. Aceptemos que todos nos ofendemos y nos enfadamos y compartamos amistosamente nuestro odio con exquisita educación ("le traigo otra taza de té, señora Peabody, que todavía no he acabado de decirle lo mucho que apesta").