sábado, 26 de noviembre de 2016

Fidel y el bobo

Murió, sí, pero en la cama. El sentimiento agridulce que provoca la muerte del tirano tropical por excelencia es fácilmente explicable para todos los que defendemos cierta idea de dignidad humana: por una parte el mundo se libra de un personaje abyecto, un tirano inspirador de tiranos, el creador de la prisión más grande del mundo, un militarote con ínfulas que instituyó el modelo de tiranía que le robó el siglo XX a todos nuestros compatriotas del otro lado del mar; este alivio no compensa la decepción que provoca pensar que no hubo un Nuremberg para Castro. El tirano homicida no se sentó ante un tribunal ni respondió ante sus innumerables crímenes. Se trata de una derrota para los buenos pero no perdamos la esperanza: todavía existe la oportunidad de sentar en el banquillo —y esperemos que llevar al patíbulo— a muchos de sus compinches, a la pestilente gerontocracia y a sus acólitos que todavía hoy, casi 60 años después del rapto de Cuba, siguen pisando esa tierra como si fuera de su propiedad.


Murió Castro y se comprende el lamento de su camarilla. Lo que no se comprende es el lamento del bobo —bourgeois bohème— del primer mundo. El bobo del mundo desarrollado que disfruta de una libertad ganada en los campos de batalla europeos se lamenta de la idea utópica, del referente histórico, de la excusa de mal pagador. Es dificil que una dictadura comunista dure tanto tiempo sin el apoyo de la opinión pública que la justifica a miles de kilómetros de distancia, en la seguridad de sus hogares democráticos y en la abundancia de sus economías capitalistas. Sudán, Yemén del Sur o Camboya no duraron demasiado porque el bobo no sabía ubicarlos en el mapa. Cuba, la China Roja o Rusia duran demasiado porque siempre hay quien está dispuesto a ser contemporizador con el dolor que no sufre en propia carne.

Fenómeno extraño que escapa a la comprensión incluso de los ideólogos más chiflados del comunismo: la mejor arma del comunismo no son los kalashnikov o la arbitrariedad de su proceder, sino el bobo de la adversativa. "Hicieron cosas malas, pero". En una de las películas del Planeta de los Simios decían que la palabra más poderosa era "no", quizás la palabra más poderosa sea "pero". Échale cualquier cosa encima a un pero y se lo tragará, lo destrozará entre sus fauces, los masticará  y te lo escupirá a la cara en forma de despojo sanguinolento para a continuación ladrarte y cubrirte de babas (vaya, lo que hace una adversativa se parece mucho a lo que hace el comunismo).


Hay un proceso mental en el bobo que me resulta especialmente repugnante: el de la atracción por lo exótico o por lo que ellos, en su microplaneta sin oxígeno, creen que es exótico. Sucede con la comida, con el turismo, con las dictaduras homicidas, con la música, $c. Es como si se tratara de una ética personal fundamentada en el relativismo. La contemporización, la tolerancia entendida como vasallaje, la fascinación por lo ajeno y la repulsión por lo propio. El mismo proceso mental que opera al ignorar las denuncias del lamentable estado insalubre de la sanidad cubana o del ínfimo nivel académico de lo que llaman sistema educativo opera en el bobo cuando prefiere ir a Puket de vacaciones antes que a Soria.

Hago un necesario paréntesis para las víctimas de la LOGSE, analfabetos funcionales, ofendiditos de guardia y demás gente que vive aterrorizada: no digo que no vayas a Puket o que no comas una porquería como el chukrut, lo que digo es que si puedes ir a Puket, seguro que puedes ir a Soria y si no lo haces por algún motivo mágico/ideológico/incognoscible no te me acerques. Ve, sal a correr desnudo por la jungla como un animal o quema alguna biblioteca, que es lo tuyo.


Continúo. La fascinación del bobo por la llamada revolución cubana es similar a la que ejerció la propaganda soviética entre los intelectuales europeos y americanos. Como sucede hoy con los reportajes que vemos de Corea del Norte, estas dictaduras son capaces de controlar todo el entorno al que se expone el visitante foráneo que dependiendo de su credulidad y juicio puede aceptar o no la versión que le cuentan unos tipos armados (toda la historia del comunismo siempre se reduce a unos tipos con pistola que se dedican, como decía Orwell, a aplastar con una bota militar un rostro humano durante toda la eternidad).

Es evidente que el diputado (¿o era senador?) socialista español de turno que va a Cuba a violar niños no está interesado en visitar el ala psiquiátrica de un hospital. Los testimonios de gente detenida arbitrariamente que nos hablan de insufribles sesiones de electroshocks y que debido al caracter arbitrario del sistema son incapaces de aportar pruebas documentales son tan espeluznantes e increíbles que mejor no atragantar a la gente que está cenando a la hora del noticiario.


Y qué me decís de esos individuos incapaces de destacar en nada que no sea hablar de sí mismos, conocidos por el efuemismo de estrellas mediáticas, que mientras disfrutan de lujos inimaginables para el cubano común prefieren no preguntar de dónde salen esas frutas tropicales del desayuno. Yo no quiero que se atragante ningún actor español "comprometido" o ningún reporter Tribulete que va a contarnos que el líder de una narcodictadura como Castro y el deportista de fama mundial por ser deportista y cocainómano son amiguitos. Casi prefiero que nadie les diga cómo sacan en plena noche a gente de sus casas, las suben en camiones y, si no mueren en accidente de tráfico por el camino, se pasan semanas en la cosecha. De los efectos del trabajo duro a pleno sol combinado con insalubridad generalizada y carencia de una dieta e hidratación básicas ni hablo.

La "ignorancia elegida" de los bobos que hemos visto durante décadas en Cuba —y que seguimos viendo a juzgar por los emotivos obituarios que le dedican quienes no sufren tortura o persecución— se entiende mejor desde el comienzo de este siglo (eso de "comprender" al terrorismo islamista). El fenómeno hasta tiene nombre: izquierda regresiva o reaccionaria. Llenarse la boca pontificando sobre derechos en el mullido y acogedor occidente civilizado y soltar grititos a lo Flanders cada vez que alguien les corta el rollo es lo que les identifica. Ahora bien, su exigencia de derechos acaba justo en el limes que nos protege. Se pueden denunciar los abusos contra lo que llaman derechos humanos siempre y cuando el criminal no esté protegido por ciertos arcanos mágicos. Da igual si en dos países de mierda dos tiranos hacen milimétricamente las mismas cosas, en función de las palabras que digan o de los símbolos que empleen, nuestros bobos o nuestra izquierda regresiva elevarán a uno a los altares y condenarán al otro.

¿Dictador portugués? Malo. ¿Dictador cubano? Bueno. ¿Dictadores griegos? Malos. ¿Dictador venezolano? Bueno. Que la mayoría haya hecho exactamente las mismas cosas es lo de menos para nuestros cabezas de chorlito. Sustituyeron la misa por otras cosas pero la liturgia y la oración siguen siendo importantes. Ser acólito de la Iglesia de la Izquierda Reaccionaria es el primer paso para entrar en ese paraíso que es tener reconocimiento público por parte de un público que desconoce qué es el reconocimiento y para salir en las portadas de las revistas de moda del momento, que es algo así como que el cura te nombre en misa.




lunes, 21 de noviembre de 2016

Trumpistas

Cada vez que me propongo aclarar el estado de cosas temo embarullarlo todavía más, pero aquí hemos venido a jugar.

La victoria de Trump en las elecciones americanas de noviembre de 2016 tiene distintas capas de análisis y durante los próximos meses se seguirá discutiendo el tema, mucha gente venderá libros en Amazon y periodistas fruncirán el ceño en sus entrevistas a gente a la que oficialmente se le presupone lista. Y es que una de las consecuencias con mayor recorrido de este asunto no es tanto la victoria de Trump como la derrota de Clinton: una anciana que lleva toda la vida preparándose para ser presidente, con toda la prensa pidiendo explícitamente el voto para ella, compitiendo contra un candidato que incumplió todas las normas que se supone ayudan a ganar elecciones, con casi todas las encuestas trabajando para su victoria. Es como si se hubiera producido una quiebra entre los deseos y la realidad. Esto es lo importante: no conocemos a nuestros vecinos, las portadas de la prensa nos dibujan un cuento irreal y millones de páginas de trabajos universitarios sirven únicamente para envolver el pescado. Vamos, que las cosas parecían muy claras pero en realidad son muy turbias.

Las inmediatas semanas posteriores a la victoria de Trump han sido testigos del mal perder de la gente que adora el juego mientras no pierdan, cosa que dice mucho de la hipocresía de los principales defensores del sistema. Hay algo de justicia poética en ello. Confieso cierta satisfacción en ver a gente con barbita y gafas de pasta, acostumbrados a que les den la razón, mirando asustados al cielo intentando adivinar de dónde les vino el golpe.


En la política banal todo se reduce a blanco y negro y por lo tanto es dificil explicar que si bien la victoria de Trump me sabe amarga, este sabor se ve compensado por lo dulce de las lágrimas de quienes están zopencamente en su contra. Y digo "zopencamente" porque entre tanta propaganda zafia sigo sin ver que se ponga de moda la rigurosidad en los análisis. Sin ir más lejos, mientras se debate la formación del gabinete Trump, la prensa nos insiste mucho en lo racistas que son todos los candidatos y calla que algunos son pro-aborto, están a favor del matrimonio homosexual o son miembros de minorías raciales. Que la realidad no te estropee una noticia propagandística muy pillada por los pelos.

Para alguien que no es estadounidense estar a favor o en contra de un candidato a la Casa Blanca debe basarse en las implicaciones que tiene para su país. Si me fijo en los mensajes de la campaña electoral el discurso de Clinton es más acorde con mis opiniones: política exterior intervencionista, acuerdos de libre comercio, no cambiar muchas cosas, tratar a Rusia como el estercolero tercermundista que es, etc. Lo que dice Trump me parece menos deseable: revocar los acuerdos de libre comercio, nacionalismo económico, política exterior aislacionista, tratar con respeto a esa organización criminal que conocemos como Rusia, etc. Es decir, el estar a favor o en contra de uno o de otro para mí —y para millones de americanos— depende de puntos a debatir, no de los sentimientos del personal que cree que las ciencias sociales son ciencias, de la agenda política de los dueños de las redes sociales, ni de los intereses estratégicos de las satrapías del golfo Pérsico que financiaron a Hillary y no a Trump. Ups.



Después del delicioso sabor de las lágrimas de los Ofendiditos Profesionales hay otro sabor que no acabo de determinar: el de la gente que se alegra excesivamente por la victoria de Trump. Más allá de la burda manipulación de la prensa progre aquí hay de todo: desde obreros industriales y granjeros (la sal de la tierra) hasta estudiantes universitarios pasando por trolls de Internet, cabezas de chorlito de los chemtrails y nazis. Sí, nazis. No nazis como los amigos finlandeses o italianos de nuestros nazis españoles sino nazis de los de heil qué hay para cenar, heil huevos fritos con patatas. Porque aunque el apoyo del KKK a Trump sea algo testimonial (son cuatro gatos) no deja de ser importante apuntar que algo tienes que estar haciendo mal cuando recibes el apoyo de los nazis o de los comunistas, es decir, de gente que cree que hay que aplastar la realidad con un bulldozer y construir un nuevo mundo a su endogámica medida.

Entre esta gente que se alegra excesivamente —les llamaré trumpistas por economía del lenguaje— hay un sibgrupo que me llama la atención: trumpistas que no son estadounidenses. Ahí están los partidos nacionalistas indios, el Kremlin, el Chávez filipino y parte de la extrema derecha europea.


Dentro de la extrema derecha europea hay a su vez distintos grupos —no hay nada peor estudiado que la derecha política, porque los estudios políticos suelen estar copados por progres y en parte por esto no nos enteramos de nada de lo que está pasando— cuyas razones para apoyar a Trump son variadas y hasta contradictorias entre ellas. Más o menos lo que une a estos neorreaccionarios, derecha alternativa, tradicionalistas, monarquistas, paleoconservadores, paleolibertarios, paleo-cosas-random, etc. es su crítica al mundo moderno. Pero esto no nos debe confundir ya que solamente unos pocos están contra las bondades tecnológicas del mundo moderno (sin la tecnología actual no podrían organizarse ya que suelen rechazar las expresiones políticas propias de la izquierda como las manifestaciones o la acumulación de olores humanos). Cuando dicen estar en contra del mundo moderno se refieren específicamente a las consecuencias del mundo interconectado y a la infundada pérdida de dominio de la anticatólica idea de la raza blanca cristiana. Vamos, que prefieren un mundo en el que los chicanos se limiten a cortar el césped, los moros a matarse entre sí y no a los demás, los negros a recoger el algodón y no molestar y los chinos a abortar y fabricar juguetes baratos de plástico. De los indios no hablan porque su relato histórico es el de la historia de Inglaterra y hablar de los indios significaría hablar de cientos de millones de muertos a manos anglosajonas.

En este rechazo al mundo moderno hay asuntos en los que no puedo sino darles la razón: la expansión de la democracia liberal —la globalización— reclama pérdidas a corto plazo y a nadie le gusta perder. Yo sigo criticando cómo la incorporación de España a la UE nos hizo pasar de una economía industrial en transición a una economía de servicios de bajo valor añadido. Solamente ahora, casi treinta años después, empezamos a fabricar aerogeneradores, aviones, medicinas y servicios de telecomunicación al nivel de las principales potencias del mundo. Es decir, hay costes que se reparten de forma desigual: los estudiantes de telecomunicaciones y los obreros prejubilados de los astilleros no ven la globalización de la misma manera.


Si seguimos hurgando en el lado indeseable de la globalización encontramos todavía más razones argumentadas entre quienes están en contra del mundo moderno: la fraternidad internacional y el aumento de la prosperidad en países vecinos llevan aparejados un aumento de la inmigración, esta inmigración no se integra y se diluye entre la población autóctona sino que por un impuesto amor a lo exótico continúa practicando sus costumbres extrañas entre nosotros. Quienes nos gobiernan viven en urbanizaciones valladas y llevan a sus hijos a un colegio alemán mientras en las escuelas de los barrios de aluvión inmigrante se deja de organizar la obra de Navidad para no herir sensibilidades. Esta creación de guetos es consecuencia de una política migratoria a la que no se le ha dado una vuelta en la sartén. El problema de esto viene de una equivocada definición de tolerancia (como "vale todo" entonces nada tiene valor). De todas formas lo de la inmigración en España tiene poco recorrido —de momento— porque aquí los inmigrantes todavía no son vistos como una amenaza por las clases autóctonas más humildes ya que están más desprotegidos que éstas y porque su reparto por el país no es homogéneo (un saludo a esos pueblecitos de Orense y León en los que si aparece un negro la gente detiene el coche y se baja para mirarlo).

En resumen, se podría decir que el rechazo al mundo moderno es un rechazo a lo foráneo y paradójicamente responde a una idea de comunidad supranacional. Quienes defienden las soberanías nacionales frente a la oscura y poco explicada conspiración de las élites se ven unidos por lazos pre-políticos como el odio común a una religión o la coincidencia en el color de la piel. Los trumpistas canadienses y noruegos quieren proteger a sus países de la influencia foránea y lo hacen reconociéndose mutuamente como miembros de una comunidad supranacional basada en criterios arbitrarios.

Pero como apuntaba, dentro de esta Internacional Trumpista hay mucha variedad: monarquistas ortodoxos y católicos pueden estar de acuerdo en que el estado construya bonitas catedrales pero no les hables de la restauración de la Pentarquía. Trumpistas alemanes y rusos pueden charlar animadamente sobre la mejor manera de hacer explotar la Kaaba pero en el reparto de Polonia supongo que no se pondrán de acuerdo. También hay gente que se alegra de la derrota de Clinton y de la élite globalista que representa pero que sin embargo no está de acuerdo con los cambios súbitos, no le gusta un presidente divorciado y casado con una modelo que enseña las perolas y para quienes el asunto racial no les parece importante.

"This was not only a referendum on the Obama agenda, it was a referendum on the cuckold GOP agenda. “Compassionate conservatism” is now officially dead forever. We are now a populist-nationalist party. And a populist-nationalist country. This is TRUMPLAND". Andrew Anglin en su DailyStormer.
Es complicado crear un eje antiglobalización estructurado en torno al odio porque la lista de cosas a odiar puede ser infinita y las amistades duran poco. El presidente Hussein decía en un reciente dicurso que una de las consecuencias de la democratización mundial es que hace al mundo más seguro: los países democráticos no suelen hacer la guerra entre sí porque sus representados se ven como iguales y las guerras les tocan el bolsillo. Razón no le falta y es una pena que esto no se explique más.

También hay a quienes ni les va ni les viene la victoria de Trump pero que se entretienen en Internet haciendo el caldo gordo a sus seguidores y oponentes. Aquí tanto da si se trata de un seguidor de Trump como de un oponente, la mayoría repetirá hasta la saciedad las vaguedades habituales. Me resultan muy tiernos aunque muy cansinos: la parte progre porque se les llena la boca llamando racistas y misóginos a los demás y luego rascas y resulta que pertenecen la izquierda regresiva (la izquierda que apoya a las tiranías que cuelgan a homosexuales y lapidan mujeres) y la parte antiprogre que en el fondo desea ser aceptada por los progres y para sostener sus argumentos racistas te hablan del determinismo biológico, de la herencia de la inteligencia, del determinismo histórico y de un montón de cosas descartadas hace cien años pero que acaban de descubrir gracias a la metapedia.

Me dicen que es concejala de Izquierda Unida y me lo creo.
Tanto unos como otros muestran una disposición hacia el debate político similar al que muestran las adolescentes con el último grupo musical afeminado de moda. Entre ellos se dan y se quitan la razón, reforzando así su comportamiento obsesivo e invadiendo otras conversaciones en las redes sociales hasta que llegan a manos de algún periodista televisivo sin escrúpulos que cree que esta gente es real y representativa y decide darle buen alpìste a las amas de casa.

En general creo que es muy pronto para juzgar al Donaldo. De momento lo único que nos consta es que hacer la campaña contra su propio partido le ha dejado sin opciones para nombrar altos cargos y de momento está recurriendo al establishment republicano que él mismo criticaba en campaña. Siguiendo su moderado discurso de victoria ("gobernaré para todos los americanos") no me sorprende que una vez en el cargo tenga que reinterpretar muchas de sus promesas de campaña.

Respecto a sus seguidores mi pronóstico es que los elementos más asociales serán los primeros en bajarse del carro: todo extremo de incorrección política tiene una base romántica y si lo políticamente incorrecto pasa a ser mainstream, dejará de ser atractivo para la gente que quiere sentirse especial. Aunque he de reconocer que esto mismo se decía de los nazis en los años 30 del siglo pasado y mira tú lo que pasó: un cabo austríaco acabó siendo el principal responsable del mayor número de crímenes contra la gente de color rosa en verano y blanco en invierno.


miércoles, 9 de noviembre de 2016

Primera estación del tren de Trump

Millonario, misógino, políticamente incorrecto, arrogante, hortera: los americanos acaban de elegir como presidente a Tony Stark, más conocido como Iron Man, uno de los superhéroes con más segudores y que más admiración levanta entre el público que llena las salas de cine. No seré cínico y no diré que no me sorprendió, pero la verdad tampoco dejó de sorprenderme (en Galicia me entienden).

El Dios-Emperador Trump es un lugar común en la propaganda trumpista de Internet.
La cosa siempre estuvo muy igualada aunque la demografía parecía que iba a trabajar a favor de la candidata demócrata. Viendo las encuestas sin duda la demografía trabajó a favor de la candidata del clan de los Clinton pero no tanto como se podía esperar. A la espera de datos sobre abstenciones e incidencias varias, tenemos por ejemplo el caso del voto hispano (no latino, los latinos votan en el Lazio, Italia) que más o menos apoyó a la Clinton en un 80% frente a un 15% del Donaldo. Sin embargo, hay lugares con mayoría de población hispana en que la diferencia se redujo, como Florida, con un 70-30.

Algo parecido pero en menor medida tenemos con el voto negro. En principio, y con datos precipitados, tenemos en el voto de los varones negros una ventaja para Clinton de 80-10 y entre las mujeres negras la ventaja se dispara hasta el 95-0. Mirando con lupa encontramos lugares donde Clinton ha tenido menos apoyo de la población negra que Hussein en anteriores comicios. Lo cierto es que el presidente Hussein tuvo unos resultados magníficos entre los votantes negros en las dos elecciones que ganó: 9 millones de votos vinieron de esa cohorte racial. Los negros de todo el país votaron masivamente a un señor que se les parecía físicamente. Con Clinton ha sido distinto. Una marisabidilla que lleva 40 años en política no levanta tantas pasiones, supongo que por eso sorprendentemente se le perdona a la prensa demócrata que trate a los negros como a ganado, con artículos como "Black people, if you really love the Obamas, you’ll vote for Hillary Clinton". El equivalente de esto dirigido a los blancos sería el newsletter del Adolfo Hitler, pero bueno.

La nata que cubre el pastel es la cruda realidad: la población blanca suma en torno al 65% del total, 200 millones de personas. Donaldo ha ganado con la mitad del voto blanco y un poquito de voto hispano. En el Distrito de Columbia por ejemplo, la población negra es del 50%, la hispana del 10% y la anglosajona del 35%. Ahí Clinton ganó con un 93%. Ahí, que encima es la sede del gobierno federal o, como dicen en la ilustración oscura, una de las sedes de lo que llaman "la catedral".

Lo que quiero decir con estas cosas es que el factor racial ha sido determinante. El Partido Demócrata, siguiendo la tendencia de otros grupos afines del mundo desarrollado, se ha volcado en el discurso de la minoría y al hacerlo ha creado la sensación de minoría en el grupo al que desprecian: la gente blanca, con efecto multiplicador entre el grupo al que desprecian de forma visceral: la gente blanca con bajos ingresos y pocos estudios. Y es todo un logro, pues como dije antes, los blancos en EEUU suman el 65% de la población.

Pero hay más capas de factores que influyeron en estas elecciones.

Mala candidata


Incluso frente a alguien tan poco ortodoxo como Trump, Hillary era una mala contrincante. Que haya llegado a ser candidata del Partido Demócrata se lo debe a que en las primarias se le enfrentaba un señor loco que quería prender fuego a las cosas. En estos dos años de campaña sobrevoló a la canidata demócrata el escándalo del uso de su correo privado para asuntos oficiales, cosa que de por sí es un grave quebranto de la seguridad nacional. Y también estuvo su responsabilidad política —era la ministra de Exteriores— tras el asalto a la embajada americana en Libia que se cobró varias vidas, entre ellas, la del embajador americano. En lugar de asumir su responsabilidad y de que la gente de su gobierno y su partido le pidiera cuentas, cerraron filas y entre risas llamaron locos a los que la acusaban de indolencia.

También está el asunto de que esta anciana lleva décadas escondiendo cadáveres en los armarios y en política la hemeroteca es una mochila muy pesada. No tardo ni veinte segundos en encontrar a una dicharachera Hilaria llamando "puto bastardo judío" al jefe de campaña de su marido en los años 70. Ouch, la mochila.

El papel de la prensa

A ver cuándo Lorenzo Milá o Paco Marhuenda nos explican estos mashup que los adolescentes comparten frenéticamente por Internet. Ah, ¿que no tienen ni idea? Vale.
Desde que se confirmaron los dos candidatos oficiales a la contienda presidencial, la prensa, las televisiones, los programas de humor, los presentadores de radio y los digitales con más visitas cerraron filas en torno a Clinton. Hubo cabeceras que nunca se habían mojado en una elección presidencial que en esta ocasión decidieron apoyar a la demócrata. La prensa conservadora, leyendo —correctamente, a mi juicio— a Trump como un candidato muy escorado a la izquierda, no apoyó al candidato republicano. Los apoyos oficiales de Trump se limitaron a los borrachos que llevan la oficina de comunicación del Kremlin y a cuatro chiflados de la teoría de la conspiración con infravalorada presencia en la red.

Con este estado de cosas se produjo una realimentación muy curiosa, una derivación del efecto Streissand, si queréis: cada salida de tono de Trump encontraba una inmediata respuesta de toda la prensa en tropel, es decir, haciendo justo lo que Trump esperaba que hicieran. A continuación al candidato le bastaba hilar esa sobrerreacción con su discurso contra el establishment. La prensa hostíl a Trump confirmaba cada día el discurso de Trump. Y creo que tras su victoria siguen sin enterarse de cómo funciona el juego. Peones en el ajedrez.

Ciudad y campo

Claro que la gente más pobre vota a Clinton. Los más pobres en Estados Unidos son negros urbanos.
Ciudad y campo, élite y purrela, gente que le escribe los guiones a los humoristas y gente que ve sus programas, gente que defiende los derechos de los animales y gente a la que los lobos le matan las gallinas, gente que sabe lo que es un frapuccino y gente que no, gente que renueva coche y teléfono cada año y gente que no, gente que habla de cómo afecta la contaminación a las cosechas y gente que cosecha, gente que se queja de que el mando a distancia no funciona y gente que fabricaba mandos a distancia hasta que un chino empezó a fabricarlos por la mitad de precio, gente que frecuenta linkedin y gente que espera junto a su camioneta en la plaza de la iglesia del pueblo, gente que está en contra del fracking y gente da gracias por el combustible barato.


Cuando los progres se quedaron sin pobres, descubrieron la desigualdad y venga de vuelta a la matraca. Ciertamente la desigualdad es más acusada en la ciudad que en el campo. Los pobres más pobres viven en la ciudad y ellos son los que reciben más ayuda social y más comprensión por parte de la élite. El sector intermedio de la gente que vive en el campo, que no es la más pobre pero que tampoco ha visto mejoradas sus condiciones de vida, simplemente no existió para los que hacen las leyes que protegen a las minorías y conceden ayudas sociales. En Estados Unidos puedes ir con la cartilla social a un comercio y comprar un queso de cinco kilos, pero para quien se hace el queso en casa esa cartilla no arregla los baches de la calzada que causan averías en la camioneta. Con la cartilla puedes comprar abonos de transporte pero en tu pueblo de Alabama la única línea de bus solamente te lleva a otro pueblo exactamente igual que el tuyo. Oh, igual puedes mudarte a la ciudad, pero la gentrificación te ha dejado como único sitio que te puedes permitir el barrio de la alegría multicultural. Ese barrio que les gusta mucho a los progres ver por la tele pero donde jamás se plantearían vivir, porque, en fin, ya sabéis: consejos vendo que para mí no tengo.


El pobre urbano no vive mucho peor que el estadísticamente-no-pobre rural. Pero a estos que les den. ¡Se parecen a nosotros pero no saben lo que es un frapuccino! ¡Loser!

Esto funciona hasta que el tío de la camioneta vota de forma motivada. Hasta que encuentra a un candidato que plantea una enmienda al estado de cosas. ¿En qué condados rurales ganó Clinton? En los del cinturón negro.

Después de 1964 los negros dejaron de ser los malos oficiales de la experiencia americana y hacía falta un malo nuevo. La élite urbana eligió a los granjeros y empezó a juguetear con ellos igual que hicieron los británicos con las tribus de África Central. Un vergonzoso colonialismo interno que no deja de ser intolerancia y discriminación bendecida por la progresía. En The Walking Dead Daryl no puede tener una novia guapa porque nos tiene que entretener cazando y comiendo ardillas, que es lo que hacen los paletos.


Pues igual los paletos se han cansado de la arrogancia de gente tan inútil que no sabe ni cazar una ardilla, gente que se queda sin electricidad y se aburre. En definitiva, gente de otro planeta. O gente que sin ser de otro planeta vive en sus burbujitas dándose la razón continuamente y hablando de cosas im-por-tan-tí-si-mas como la caza de focas, el coche autónomo o el índice Nasdaq mientras inadvertidamente el índice de suicidios de jóvenes en el campo dobla al de los jóvenes de la ciudad.

Y en este proceso se han topado con un candidato que directamente apunta a esas élites pagadas de sí mismas. Eso que Mario Conde llamó "el sistema". Un tipo que precisamente como proviene de esas élites las conoce bien y por eso resulta creíble. Puede que Trump a muchos les suene absurdo hablando de amaño electoral, de recuperar el empleo que se llevó el libre comercio, de construir un muro con México y de las mentiras de la "prensa del régimen", pero ese lenguaje es inmediatamente comprendido por un gran público que se ha cansado de que le ninguneen y le pisen.

Los tiempos que corren


Hace unas semanas hubo una huelga general en la India. La noticia apenas salió en la prensa. Durante la jornada se manifestó más gente de la que se echó a la calle en 1789, 1830, 1848 y 1917 juntos. En cada uno de esos años el mundo dio un vuelco. Pero aquí no nos enteramos de lo que pasa en la India. Vivimos en un mundo muy conectado para unas cosas y muy poco conectado para otras.


Hay razones para pensar que Trump se equivoca cuando critica los tratados de libre comercio y defiende el nacionalismo económico. La caricaturización del Donaldo se encargó de que no se repasara el motivo que tiene para subirse al carro del nacionalismo. Quienes defendemos el libre comercio tenemos que encontrar razones y discutirlas, no limitarnos a llamar nazi a todo el mundo, reduciendo así el debate público a una mera tertulia del corazón. Durante la campaña me encontré diariamente con las opiniones del personal sobre el gusta de Trump con las mujeres, pero no me encontré con refutaciones a la política que defiende.

La gente se ha pasado el día llamando nazi a Trump por meros exabruptos que en la época de lo éfimero se diluyen a los cuatro días. Trump ha leído mejor el signo de los tiempos que todos los editorialistas de la prensa seria juntos.

Génesis 11.
Estaría bien reflexionar sobre los altares morales e intelectuales construidos arrogantemente sobre barro y aceptar que una lluvia de otoño se los ha llevado por delante.

Según los progres Bush era un nazi igual que McCain y Romney. Trump por supuesto que es un supernazi. Toda la gente a la que odian los progres resultan ser nazis.

Toda la gente a la que odian. Pensadlo.