lunes, 18 de abril de 2016

Pueblo vasco, chemtrails y homeopatía

Niego la mayor. Yo rechazo las peticiones de principio que realiza mi enemigo. Existen adversarios en el plano de las ideas políticas a los que puedo reconocer una base de presupuestos compartidos, por ejemplo, cambiar ciertos tramos del impuesto sobre la renta: puedo no estar de acuerdo con mi adversario pero comprendo su postura, la tolero y la debato. Ahora, la diferencia entre adversario y enemigo es que al enemigo no le reconozco la calidad de interlocutor. Yo no debato con el enemigo.


Lo que me sorprende es que demasiada gente no distinga entre adversario y enemigo y que en esa papilla que es la concepción infantil de la política, no se den cuenta de que tienen enemigos y que tras la atrabiliaria idea de "respetar todas las opiniones" están regalando una ventaja a quien les quiere exterminar políticamente. Luego hay una parte de justicia poética —"karma" dirán los modernos— porque realmente no importa que tú no consideres a tu enemigo como un enemigo, él lo hará por ti.

En la posmodernidad se produce una gran confusión entre lo eterno y lo efímero. La incapacidad que tenemos de desgranar la paja hace que demos importancia a cosas que no la tienen y viceversa. La entrevista a un ex-preso de la organización terrorista ETA invita a un debate deontológico dentro del mundo del periodismo pero también a una reflexión más allá. Yo soy incapaz de desligarme de la inseguridad que caracteriza a nuestro tiempo: la falta de certezas nos impide reconocer lo que es importante y por la parte que me toca no he encontrado (todavía) el remedio contra la incertidumbre.

Programa electoral ortodoxo del PNV.
Y precisamente como todo se pone en cuestión, yo decido fijarme en los pequeños detalles. Cuando el ex-terrorista introduce un tema suele prologarlo o envolverlo en un marco conceptual fijado en dos frases. Sucede cuando menciona las palabras "Estado" y "país", refiriéndose a España y a lo que hoy el enemigo llama Euskal Herría, respectivamente. Yo en ese momento ya dejo de escuchar porque me gustaría incidir en ese punto, sin embargo el entrevistador asiente porque cree que lo importante viene después. No culpo al entrevistador de nada que no pueda culpar a millones de personas que ven esa entrevista. Años de propaganda y de "respetar todas las opiniones" han producido ese efecto, esa potenciación de la confusión.

Como de pasada el ex-terrorista menciona y no se detiene en explicar que su país imaginado (para el que quiere la dictadura comunista) comprende las provincias vascongadas o comunidad autónoma del País Vasco, un trozo de la provincia de Burgos, la comunidad foral de Navarra y el departamento francés de Pirineos Atlánticos que llama Iparralde igual que le podía llamar Cuchufleta o Miguel. A esto en la entrevista no se le da importancia porque la entrevista no va de esto sino del interés noticioso que tiene el inicio de la precampaña a las elecciones autonómicas de un probable candidato a presidir el País Vasco.

Otegi y el Follonero.
Sin embargo para mí este punto es el que tiene mayor interés (más allá de las consideraciones de orden público y de restitución a las víctimas que tienen cincuenta años de terrorismo, novecientos asesinados, docenas de secuestrados, decenas de miles de expulsados y millones robados a punta de pistola, que entiendo se merecen otro tipo de acciones periodísticas, judiciales y políticas). Pero la gente ya da por sabido este asunto de Euskal Herría: claro, dicen, es que buscan la independencia para el sitio donde vive el pueblo vasco, que es el pueblo que habla vasco. Y aquí está el problema.

Se ha instalado entre la gente que decir "pueblo vasco" refiriéndose a algo más que a los ciudadanos con vecindad civil en el País Vasco es lo normal. Insisto, yo niego la mayor. Si el punto de partida de una conversación —o peor: de un mitin político— es presuponer la existencia de un pueblo que se distingue por el rasgo arbitrario de hablar un idioma (o tener un color favorito), ya no hay más que hablar. Para mí deja de ser interlocutor válido un señor que cree en las nubes de colores y en la magia. Aun digo más, el tratamiento que me merece un señor así no dista mucho del que me merecen los individuos raros que "leen las cartas del tarot" en la madrugada televisiva. (Bueno, me merecen un pelín más de respeto los tarotistas porque al fin y al cabo ellos conocen su condición de estafadores).

Qué pasa cuando no se habla de un asunto.
No voy a entrar en contraargumentar las razones del enemigo, tan solo diré que el independentista vasco es bastante burro porque con lo que llueve por el golfo de Vizcaya bien se podía pedir para su país imaginado alguna de las islas Canarias, Manhattan y el monte Fuji. Puestos a reivindicar trozos aleatorios de tierra al menos que incluyan sol, Wall Street y templos sintoístas, que molan mucho.

Ah, no, que a ellos les da la gana hablar de Navarra, Guipúzcoa y los Pirineos occidentales porque ahí "se habla vasco". Bueno, pues se envía a un vascoparlante al monte Fuji y arreglado. ¿Véis la tontería del asunto, la excusa magica? Y por esto destrozan tantas vidas los muy miserables. Bueno, ésta es la excusa; matar, secuestrar, torturar y robar supongo que lo hacen por aceptación grupal, síndrome del eterno adolescente, problemas de afectividad, problemas mentales en general y compensar la falta de habilidades y destrezas para hacer algo productivo con sus vidas. Es decir, por ser vagos, locos y ladrones. Discutir sobre las razones últimas del terrorismo (mal estúpido) siempre lleva a un debate entre lo emic y lo etic: ¿el terrorista busca unos objetivos políticos o es que simplemente no superó su adolescencia? Y entonces en las facultades de sociología se encienden más canutos.

Dejando a un lado al terrorista, que es asunto de policía y jueces, el independentista identitario que defiende ideas locas dentro de la ley y llevarnos a los tiempos de Woodrow Wilson merece una contestación frontal mayor que no está recibiendo. Frente al estado racial y a la naturaleza arbitraria de la política identitaria tenemos el Estado de Derecho contemporáneo que surge de la nación política. Los nacionalistas identitarios siempre se ríen cuando les preguntas qué pone en su pasaporte, como si el pasaporte fuera un papelito susceptible de ser cambiado en cualquier momento y por cualquier razón. Sin embargo ahí está la clave del asunto: la ley compartida nos protege a todos y entre nosotros. Esa ley compartida puede existir porque existe una comunidad política y ésta no es arbitraria, ésta responde primero a una voluntad política compartida (plasmada en una Constitución que no es una Carta Otorgada) y segundo a un proceso histórico (en el caso de España la nación política hereda directamente la comunidad existente bajo el Antiguo Régimen, cosa que ocurre en muy poquitos países: Francia, Reino Unido,... no muchos más).

1915. Mapa etnográfico. Cien años después aquí siguen los cerriles.
Que a estas alturas tengamos que reivindicar la base política de la nación y la necesidad de la ley para combatir la arbitrariedad del Estado (la ley nos protege del Estado y limita al gobernante, es importante acentuar esto) y de grupos partidarios es como una constante vuelta a los orígenes que deja una amarga sensación de pedaleo en marcha larga. Es como si nos estuvieran robando tiempo para explorar otros asuntos y eso es imperdonable porque el tiempo es el único recurso realmente escaso que tenemos.

No somos una banda



1 comentario:

Anónimo dijo...

Discrepo bastante. O no entiendo.

- Adversario: Que estoy dispuesto a discutirle, porque puedo entender sus cosas. Hay presupuestos compartidos.

- Enemigo: No estoy dispuesto a discutir con él, por los motivos contrarios de arriba (se supone).

- Y el problema de no entender esa diferencia viene, dices, "de la atrabiliaria idea de respetar todas las opiniones".

Yo creo exactamente lo contrario. Y creo que está a la vista. Cuanto menos presupeustos compartidos haya entre dos ideas, es más probable que haya una imposibilidad de llegar a un acuerdo. Por definición de "presupuesto compartido". Pero eso hace la idea más discutible, no menos. Y la hace mucho menos respetable. Para el que tenga las ideas un poco claras, por supuesto. Otra cosa es que eso te produzca más, o menos "ganas". Pero eso es algo muy personal y subjetivo. El caso es que no hay ninguna relación inversa entre "discutibilidad" y "respetabilidad". Cuanto menos respetable, más discutible. Es el grado (de raíz) de discutible lo que la hace no respetable.

Bueno, esto es más o menos filosofía, pero el asunto tiene una versión práctica. Cuando las ideas se consideran induscutibles entre sí (nunca lo son), y "no respetables" entre sí, tienes un conflicto. Por definición de conflicto. Que sólo puede conducir a la vitoria o derrota, o al empate (lucha) permanente. Enemigos, como decías. Pero siempre es una estrategia virtuosa dejar al enemigo sin discurso. No es suficiente, desgraciadamente, pero es muy útil. Le resta fuerza moral, y te la da a ti.

Por ejemplo, con el vascopiteco:

- Eso es una basura, porque no es más que "etnonacionalismo", basura por definición.

- ¡Todo el mundo es nacionalista de lo suyo!

- Ni de broma, brother. Pero es que si en España hay muchas etnias, como dices, un nacionalista español no puede ser un etnonacionalista. Y ahora si quieres examinamos las características y consecuencias de ese etnonacionalismo tuyo.

Nunca quiere, claro. Pero eso es callarle.

¿Vas a "ganar" así? No; solo es una baza. Pero es una baza que no ha ningún motivo para regalar -- por esa idea de que como es enemigo, no discuto. ¡Al contrario; discuto mucho más!