El debate que hay abierto en Desde el exilio me produce una sensación de déjà vu. Cuando traté de aportar una serie de precondiciones básicas para ponernos de acuerdo en el significado de los términos del debate añadí que no podíamos partir de una situación de marginalidad política. La diferencia capital entre liberales y anarquistas provoca que la marginalidad anarquista nos sitúe en la marginalidad política a todos los liberales. (Empleo marginalidad como sinónimo de extravagancia o pensamiento minoritario, creo que todos coincidimos en que quienes quieren que el estado desaparezca son minoría).
Si de este debate y de otros debates similares que han tenido lugar en el pasado quitamos la variable anarquista de la ecuación, lo que nos queda es algo que puede ser asumido por una cantidad nada despreciable de la población. Cosas como dignidad humana, libertades civiles, soberanía nacional, descentralización política, mandato constitucional, responsabilidad fiscal y demás, son características liberales y muy transversales, listas para ser usadas más allá que para construir bonitas estatuas en el templo.
Que los liberales no anarquistas marquemos distancias no tiene que parecerle mal a ningún anarquista. Es más, yo diría que se ahorrarían mucha saliva y tinta en debates que no llevan a ninguna parte. En este sentido recuerdo a Huerta de Soto cuando él marca las distancias con el liberalismo clásico (pdf) y viene a decir que quienes aceptamos al estado estamos en la misma posición que quienes aceptan el socialismo. En Camino de servidumbre, obra escrita en un contexto muy particular, Hayek nos advierte de que la tentación de la tiranía es inherente a todo estado. Bien, pero esto no tiene que paralizar a nadie. Asumimos una contradicción que nos marca el terreno de la política.
Ciertamente todo estado tiende a crecer, y precisamente por eso, dos anarquistas esculpiendo una bonita estatua en el templo no van a resolver la papeleta; se hace necesaria una presencia liberal en los centros de poder.
Si de partida tu posición es rechazar categóricamente no sólo la justificación del estado, sino la participación en él (para no mancharte al hacerle el juego), agárrate los machos porque en ese caso el estado sí va a crecer: "Seamos todos puristas y dejemos al estado en manos de los socialistas". Pues prepárate.
Y algo que también creo que es otra contradicción que hay que asumir, tragar y seguir adelante es la referida a las mayorías. Ya sabéis que hay un debate sobre liberalismo y representación política (os dejo más o menos mi posición aquí y aquí). Es también algo propio de la marginalidad política poner en cuestión los sistemas representativos (por cierto, deudores del liberalismo político. Hay gente que parece creer que el liberalismo lo inventó Mises) hablando de dictaduras mayoritarias. Es que precisamente por ese riesgo de aparición de la dictadura de la mayoría, el liberal debe participar en el proceso y defender límites constitucionales que no degeneren la democracia a una suerte de oclocracia o demagogia.
Alguien dijo que las decisiones las toman quienes se presentan. En este sentido, quienes esculpen la estatua más hermosa del templo tienen mentalidad servil, les gusta que otros tomen las decisiones por ellos. Estamos hablando de política y debo insistir en que eso significa asumir las contradicciones propias y tomar decisiones. Desde el comienzo de la historia constitucional de este país, los liberales siempre han estado en el poder o cerca del poder. En los últimos tiempos se diría que hay un proceso de disolución en distintas banderías, cosa que no creo que nos beneficie a la hora de dar a conocer nuestras ideas.
1 comentario:
Vaya Pablo, por fin vas viendo que entre todo ese mundo autodenominado "liberal", hay mucha paja.
Yo hace tiempo que me desvinculé de esos eternos debates en los que supuesta gente que ves muy preparada, defiende verdaderas incongruencias. Al final llegas a la conclusión de que lo hacen adrede. Conmigo que no cuenten y que engañen a otros.
;-)
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