lunes, 8 de abril de 2013

La Thatcher y el Saloufest

Se necesita dejar reposar a la historia para separar el oro de la paja. Es probable que en estos tiempos que vivimos, en los que todo es dramático, superlativo, hidromático y automático; cueste de forma especial distinguir lo eterno de lo efímero. ¿Cuántos fines del mundo llevamos en tres meses de 2013? ¿Cuántas caídas de occidente llevamos en la última década? ¿Cuántas portadas de dominicales dirigidos por editores con pocos escrúpulos nos han escupido lo de la superpotencia china?


El contraste del grito cotidiano de nuestra época, con los modos de la gente que vivió la guerra mundial y que ahora está muriendo, es sorprendente. Ver entrevistas de Margaret Thatcher en la televisión, en la que la periodista de turno hacía preguntas de verdad y no iba a presentar un faldicorto cabaret, y la dama de hierro respondía sin que se notara el guión, a veces improvisando y saliendo al paso, provoca una envidia sana en el espectador.

Fue aquella época en la que los modos de una educación eduardiana se mezclaron con el advenimiento de los medios de masas. Desconozco si hay algún estudio —o si un estudio así es posible— que compare el nivel de decibelios a los que emite el televisor y el tipo de políticas que lleva a cabo un país. En todo caso, en el ocaso de los caballeros y las damas, las formas y la educación tenían poco que ver con gallineros. Intuyo que ni a un líder sindical minero se le ocurriría ser entrevistado en la radio sin su preceptiva corbata y chaqueta de tweed. Y hablo de ir a la radio.

¿Por qué a los ingleses les gusta tanto desnudarse y vestirse de mujer?
Por contra, en España, un lugar donde tradicionalmente la gente viste de forma correcta (no aburrida, no rancia, sino correctamente), necesita que un Pepe Bono le diga a los diputados que traigan corbata al hemiciclo. Esta es una anécdota, desde luego, pero la realidad es un entramado de anécdotas.

El caso es que hay un decreto no escrito por el que este tiene que ser un país simpático. Los cazurros confunden esa simpatía, calidez en el trato y relajación de las normas, con el todo-vale. Claro, para nosotros mismos es difícil verlo, identificar esta tara, sin embargo, para los de fuera es muy sencillo. La diferencia que hay entre el mayordomo de la Thatcher sirviéndote té y un barman de chiringuito llenando una palangana con kalimotxo, es probablemente la misma que dista de ese barman a los talibanes. Así, a nadie le extrañe —hoy que se habla de la marca España— que el Saloufest tenga lugar en Salou.


El Reino Unido tiene colonias soleadas donde la gente habla su aberrante lengua, sin embargo, los hijos de la pérfida Albión no van a esos lugares a emborracharse, suicidarse y violar a sus congéneres. No, van a España. Lugar que permite cualquier cosa por dos duros ya que al fin y al cabo esto es la ignota selva. Este lugar, cuyos dirigentes llevan corbata porque les obliga una norma interna del parlamento, entienden que atraer inversión es Eurovegas. Otros, dentro del mismo país, haciendo alarde de la peor forma de aldeanismo posible, contraatacan con otro tinglado de casinos y furcias. La marca España va que te cagas. El cambio de modelo económico también. El mayordomo de la Thatcher está leyendo ese panfleto que es The Times y enarca una ceja: guerra civil en el Alto Volta, bajada de los precios del té indio, botellón de 20.000 jóvenes en Granada, golpe de estado en Bolivia.... Los teletipos del tercer mundo que uno lee entre sorbo y sorbo de café. En esas estamos.

No hago apología de un rigorismo monacal en las costumbres, aunque lo parezca. Es difícil establecer la línea divisoria entre el embrutecimiento o barbarismo y pasarlo bien desfasando un poquito. Con esto quiero decir que si nos movemos por imitación, quizás el modelo a seguir —esta marca España— no esté siendo todo lo deseable que pudiera ser.

Cosas:
Una república de mujeres virtuosas y hombres honestos: