La época dorada que había durado hasta la Primera Guerra Mundial se vio truncada por la Gran Guerra y por la intromisión política de los Gobiernos en la vida económica. Los países empezaron a no ver "tan malo" el hacer presupuestos con déficit. Las reivindicaciones de sectores concretos de la población por una protección social y la carrera armamentística anterior y posterior al Tratado de Versalles propiciaron una suerte de "calma tensa" durante la década de los años 20, con una gran conflictividad social. El crack del 29, surgido con el Sistema de Reserva Federal a pleno funcionamiento y las posteriores medidas políticas de control de la economía, sumieron a Estados Unidos en la Gran Depresión, con medidas tan draconianas y bárbaras como el control de precios en productos de primera necesidad, lo que obviamente provocó la carestía de estos.

Pero entonces llegó la Segunda Guerra Mundial y la conflictividad obrera cesó. La economía se dirigó en Europa a la producción de guerra, con un alto en las bolsas europeas que duraría años. La victoria aliada dio lugar a un nuevo orden mundial. Los Estados Unidos como nueva hiperpotencia, planteó la reforma del sistema financiero y económico internacional en los llamados "Acuerdos de Bretton Woods".
La misma teoría keynesiana que sumió a Occidente en la Gran Depresión diez años antes, partía con ventaja en las reuniones para la formación del Nuevo Orden. El sector más radical, quería un mundo sin oro. Un mundo económico en el que el monopolio monetario residiese en las decisiones políticas de los gobiernos unidos en el objetivo del control mundial de la economía. Los gobiernos, así, podrían imprimir el dinero necesario para pagar su deuda sin verse con las restricciones del estándar aurífero. ¡Ah, diablos! Pero en el caso de ocurrir eso, las monedas perderían su valor, y los gobiernos más irresponsables verían cómo los inversores huirían de sus monedas con las consabidas consecuencias.
Entonces a los keynesianos se les ocurrió una gran idea. Una de estas ideas que sólo se nos ocurren en el inodoro: tener una moneda mundial, emitida por un Banco Central Mundial. Keynes la llamó "bancor" y Harry Dexter "unita". Sea cual sea su nombre, una moneda mundial fiduciaria siempre apestará.

Los acuerdos alcanzados en Bretton Woods no fueron tan extremos debido a los celos de la soberanía nacional. Estados Unidos no estaba dispuesto a pagar con su superávit la deuda de los países arruinados por la guerra. Y estos no querían depender para siempre de la economía americana. Así que se llegó a un acuerdo a medio camino: el estándar del dólar-oro para la reserva de divisas y el acuerdo de fijar una tasa de cambio de cada divisa en base a ese estándar dejando ciertos límites a la variabilidad. Se creó el Fondo Monetario Internacional, como organización político-económica para ayudar a los países a cuadrar sus cuentas. También se firmó el GATT, paso previo a la OMC que impondría sus decisiones sobre aranceles por encima de las decisiones de cada Estado.
En su propio planteamiento, Bretton Woods llevaba la semilla de su destrucción. Hacer que las divisas internacionales fijaran su valor en función del dólar, dejaba con el culo al aire a las economías de los países. Mejor dicho, los dejaba pendientes de las decisiones políticas de los Estados Unidos.
Así, la fortaleza del dólar fue utilizada por los americanos para invertir en el exterior, lo que unido a un gran gasto gubernamental (programa espacial, carrera armamentística, guerra de Vietnam), provocó el aumento de la deuda. ¿Y cuál es la forma fácil de pagar la deuda? Imprimiendo billetes. Empezaron a imprimir papelitos en los años 70 mientras el valor de cada papelito iba cayendo y cayendo. Los países cuyas reservas estaban en dólares, trataron de recomprar oro, huyendo del dólar, lo que agravó la situación para los EE.UU.. En 1971, Nixon rompe el sistema de cambio dólar-oro al devaluar la moneda un 10%. En 1973 hay una nueva devaluación del 10%. Otros países oliéndose el fregao, abandonan la convertibilidad del sistema dólar-oro y dejan el valor de sus monedas fluctuar libremente en el mercado internacional de divisas.
Así es como muere el sistema de Bretton Woods y el mercado salva la situación. La mundialización, la desaparición del bloque comunista, las singularidades tecnológicas y el surgimiento de algunas figuras políticas claves que denunciarían la deuda que provocaba el Estado niñera, serían las notas dominantes a partir de los años 80 hasta el cambio de siglo.
Pero entonces llegó la Segunda Guerra Mundial y la conflictividad obrera cesó. La economía se dirigó en Europa a la producción de guerra, con un alto en las bolsas europeas que duraría años. La victoria aliada dio lugar a un nuevo orden mundial. Los Estados Unidos como nueva hiperpotencia, planteó la reforma del sistema financiero y económico internacional en los llamados "Acuerdos de Bretton Woods".
La misma teoría keynesiana que sumió a Occidente en la Gran Depresión diez años antes, partía con ventaja en las reuniones para la formación del Nuevo Orden. El sector más radical, quería un mundo sin oro. Un mundo económico en el que el monopolio monetario residiese en las decisiones políticas de los gobiernos unidos en el objetivo del control mundial de la economía. Los gobiernos, así, podrían imprimir el dinero necesario para pagar su deuda sin verse con las restricciones del estándar aurífero. ¡Ah, diablos! Pero en el caso de ocurrir eso, las monedas perderían su valor, y los gobiernos más irresponsables verían cómo los inversores huirían de sus monedas con las consabidas consecuencias.
Entonces a los keynesianos se les ocurrió una gran idea. Una de estas ideas que sólo se nos ocurren en el inodoro: tener una moneda mundial, emitida por un Banco Central Mundial. Keynes la llamó "bancor" y Harry Dexter "unita". Sea cual sea su nombre, una moneda mundial fiduciaria siempre apestará.
Los acuerdos alcanzados en Bretton Woods no fueron tan extremos debido a los celos de la soberanía nacional. Estados Unidos no estaba dispuesto a pagar con su superávit la deuda de los países arruinados por la guerra. Y estos no querían depender para siempre de la economía americana. Así que se llegó a un acuerdo a medio camino: el estándar del dólar-oro para la reserva de divisas y el acuerdo de fijar una tasa de cambio de cada divisa en base a ese estándar dejando ciertos límites a la variabilidad. Se creó el Fondo Monetario Internacional, como organización político-económica para ayudar a los países a cuadrar sus cuentas. También se firmó el GATT, paso previo a la OMC que impondría sus decisiones sobre aranceles por encima de las decisiones de cada Estado.
En su propio planteamiento, Bretton Woods llevaba la semilla de su destrucción. Hacer que las divisas internacionales fijaran su valor en función del dólar, dejaba con el culo al aire a las economías de los países. Mejor dicho, los dejaba pendientes de las decisiones políticas de los Estados Unidos.
Así, la fortaleza del dólar fue utilizada por los americanos para invertir en el exterior, lo que unido a un gran gasto gubernamental (programa espacial, carrera armamentística, guerra de Vietnam), provocó el aumento de la deuda. ¿Y cuál es la forma fácil de pagar la deuda? Imprimiendo billetes. Empezaron a imprimir papelitos en los años 70 mientras el valor de cada papelito iba cayendo y cayendo. Los países cuyas reservas estaban en dólares, trataron de recomprar oro, huyendo del dólar, lo que agravó la situación para los EE.UU.. En 1971, Nixon rompe el sistema de cambio dólar-oro al devaluar la moneda un 10%. En 1973 hay una nueva devaluación del 10%. Otros países oliéndose el fregao, abandonan la convertibilidad del sistema dólar-oro y dejan el valor de sus monedas fluctuar libremente en el mercado internacional de divisas.
Así es como muere el sistema de Bretton Woods y el mercado salva la situación. La mundialización, la desaparición del bloque comunista, las singularidades tecnológicas y el surgimiento de algunas figuras políticas claves que denunciarían la deuda que provocaba el Estado niñera, serían las notas dominantes a partir de los años 80 hasta el cambio de siglo.
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