El estrecho de Ormuz es la puerta de entrada al golfo Pérsico. En un lado está la República Islámica de Irán -los malos chicos-, y en el otro Omán y Emiratos Árabes Unidos -los no-tan-buenos-chicos-pero-mejor-que-los-malvados-. El estrecho tiene un ancho por su punto más angosto de 21 millas (33,8 kilómetros). Está dividido para el tráfico marítimo por canales de 1,6 kilómetros de ancho en una y otra dirección. Los petroleros tienen mucho cuidado de respetar las normas internacionales de navegación: el 20% del crudo mundial atraviesa diariamente ese estrecho.
Principalmente por su localización geográfica y su importancia económica, el estrecho es un probable escenario de guerra. No sería la primera vez que nos -al fin y al cabo EEUU combate también en nuestro nombre- enfrentamos a Irán en esas aguas.
La batalla de las plataformas petrolíferas de Sassam y Sirri -Operation praying mantis-, tuvo lugar el 18 de abril de 1988. Y el derribo de un Airbus A300 de Iran Air por un misil americano el 3 de julio del mismo año. La primera, una operación de castigo a Irán por plagar de minas el estrecho (y acertarle a una fragata), puso fin a la guerra Irak-Irán. El derribo del avión civil, sin embargo, permanece un tanto oculto: no sabemos si la República Islámica interpuso la señal de un P-3 que sobrevolaba la zona con la del Airbus para ocultarse al radar americano. No está nada claro lo que ocurrió. Eso sí: ocurrió en el estrecho de Ormuz, un lugar del mundo vigilado por potencias enemigas las 24 horas del día y con una gran concentración de elementos militares.
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